“Vivo con un nudo en la garganta”.
“Si la niña vuelve le preguntaré, “¿por qué, Sara, por qué…?”.
Las Palmas de GC (Canarias), 31 de julio de 2013 / Artículo / Por Marisol Ayala
Nieves Hernández, la madre de Sara Morales de cuya desaparición se cumplió ayer 30 de julio, siete años, ha ido perdiendo las ganas de hablar, se queja en silencio, llora cuando nadie la ve y se enfada con el mundo si alguien se atreve reprocharle un “…cada vez sales menos en la prensa y eso no es bueno…”. Qué sabe nadie… Siete años hace ya que su hija desapareció. Ayer, como cada año desde que la niña desapareció (y estoy en Las Palmas) estuve en su casa. Es una fecha señalada. Quería darle un abrazo pero no estaba. Nieves y Soto, su marido, se habían ido huyendo de la prensa. Su madre, abuela de Sara, Josefa, es un amor que siempre que llego a su casa va directa a la nevera a por agua fresca, un refresco, un zumo “fresquito, mujé…”. Qué gente más buena y que injustamente se ha portado la vida con ella.
No quieren saber de prensa, están cansados, y hacen bien. La herida no cicatriza y el dolor es cada vez más intenso. Como amigas nos sentamos Josefa y yo en el patio trasero de la vivienda donde la mujer tiene plantas, nevera, sombrillas, ropa, cachivaches…”Éste patio es un lujo”. Lo es. Las dos sabemos que es un día duro para la familia y solo una vez, cuando me muestra cómo han crecido sus nietos, Josefa llora: “…nos falta ella, Sarita…”. Nos queremos mucho porque quizás hemos vivido con mucha cercanía la desaparición de la niña, mucho más allá del tono profesional. “No sabemos nada; nada. Todo igual…”.
En recuerdo a la querida Nieves Hernández, su marido Soto y Alba, la hermanita de Sara, reproduzco la última entrevista que me concedió hace un año y que publiqué en el Canarias7:
Sara Morales salió de casa en torno a las 16.15 de un día como ayer porque había quedado con un amigo a quince minutos de casa, en el Centro Comercial La Ballena. Desde su vivienda en Escaleritas al punto de encuentro se la tragó la tierra. Ni Nieves, ni Soto, su padre, ni Alba, su hermana menor, ni sus tíos Lupe, Toña y José Ángel, ni la abuela Josefa se acostumbran a su ausencia: “¿Cómo lo hacemos…?… dime una sola persona en el mundo que se acostumbre a vivir con esta pena, con este dolor. No. Yo vivo desde hace siete años con un nudo en la garganta, no tengo ni lágrimas; vivo con un dolor que no lo alivia ni el mejor médico”. Nieves ha perdido ha perdido la fe: “Es que estamos donde empezamos, en la nada”.
La sociedad canaria sigue consternado el caso de Sara y aunque cada vez su presencia en los medios es menor también es cierto que el tsunami de noticias oculta tragedias como la de Sara o como la de Yeremy. “Y yo lo entiendo…de todo se cansa uno”. Ésa es Nieves; la que habla bajito, como quien no quiere molestar pero que en el fondo está pidiendo que no la olviden, que no olviden a su niña. La relación de amistad con Nieves Hernández me permite hablar de situaciones vividas en la casa de Sara que tal vez expliquen el cansancio de esta madre: “Yo he pensado una cosa…”, reflexionaba hace un año, “Sara ya cumplió los 18 años, es mayor de edad, ¿no?, pues bueno, hasta que fue menor yo, mi hermana, mi hermano, mi madre, ¡todos! hemos estado siempre en la prensa demandando su búsqueda y eso lo saben bien ustedes pero una vez que ya es mayor de edad creo que poco puedo hacer. Primero, que ni una sola pista nos ayuda y segundo que siendo la niña ya mayor, si está viva tiene derecho de hacer lo que quiera con su vida como joven que es, ¿no?”. Pero Nieves habla de dientes afuera porque conociéndola un poco lo que de verdad quiere decir que es que ha perdido la esperanza de encontrarla con vida pero, a su vez, tiene la necesidad de creer en algo. En la libertad de Sara, esa chica a quienes algunos desalmados todavía sitúan en los lugares más recónditos y se atreven a comunicarlo a la familia. “Es que no hay descanso…la gente más variopinta, las que dicen tener poderes ocultos, también han jugado un papel importante en mi estado de ánimo. ¿Cómo puede ser que alguien toque en tu casa y te diga que Sara está aquí y allí y que yo, en lugar de echarlos a la calle, les atienda educadamente en un intento desesperado por buscar una aguja en un pajar? Pero nada. Nunca hay nada”.
Siete años después la vida de esta familia sigue igualmente destrozada. No hay un solo dato que conduzca a una salida…Nadie duda de que la Policía busca a Sara pero la evidencia es que no aparece: “Cada vez que se acercan estas fechas, fechas que recuerdan aquel maldito domingo de julio, cuando Sara desapareció, sé que los medios tratan de hacer un recordatorio y yo lo agradezco porque lo que no quiero es que la olviden, pero, por favor, no me pidan que hable porque me he quedado sin palabras. Pedir ayuda, ¿para qué?, ¿dónde?, ¿a quién?…”. Está agotada.
Sara Morales Hernández (14-1-1992) nació en el Hospital Materno Infantil de Las Palmas de Gran Canaria. Hija de Sebastián Morales -conocido por Soto- y Nieves Hernández, trabajadores ambos, gente modesta que recibió la llegada al mundo de Sara como una lotería. Sara comenzó su proceso escolar en C.P. San Rafael (Escaleritas). Su vida era la misma vida infantil y preadolescente de otras tantas «Saras» hasta que llegó Alba, su hermana, que nació cuando Sarita tenía 11 años.
A Nieves la atormenta aquel domingo de julio del 2006. Tiene tan memorizado ese día que repite los episodios de la tragedia con la precisión de un reloj suizo: “El domingo que Sara desapareció fue un día como tantos otros”, cuenta. Es decir, almuerzo en casa de la abuela, música, risas y juegos con sus primos. Poco más. Vecinos de la familia hablan de la niña como de una chiquilla tranquila, «muy estudiosa, muy educada», que lucía gafas de metal que le daban un aire intelectual e incluso le hacía mayor de la edad que en realidad tenía. 14 años. La familia, tan aficionada a celebrar cumpleaños, no celebraría con Sara sus 15 años. Ya se la habían llevado; de eso hace ya siete años y ni rastro. Cuando se pone en marcha la imaginación y Nieves está ilusionada, cosa que cada vez ocurre con menos frecuencia, hablamos de lo que haría si un día su hija tocara en la puerta. “Habría que comprarle hasta ropa porque se la llevaron con 14 años y ya va para los 19 pero, ¿sabes qué?, lo primero que haría es preguntarle “¿por qué Sara, por qué…?”. Siete años de pesadilla han podido con Nieves que ha atravesado, como no puede ser de otra manera, momentos anímicos muy bajos. Pero ahí ha estado su familia y sus amigos para tirar de un hilo.
AQUEL DOLOROSO DESPERTAR
Uno de los episodios más duros que le he escuchado a Nieves, la madre de Sara, tiene relación con un sueño; convencida de que su hija aparecería más temprano que tarde la mujer dormía en un sofá cerca de la puerta de entrada a la vivienda para “abrir si llegaba la niña”. Así lo hizo durante mucho tiempo. Una noche entre sueños “vio” llegar a su hija con tal claridad que se levantó y la acostó: “Mañana hablamos”, le dijo amorosa. Ese despertar, el dolor de verte sacudida por la realidad más terrible, comprobar que todo fue un sueño, lo supongo entre los momentos más duros de una vida. Nieves perdió tanto peso en los tres primeros años que preocupó a su familia pero afortunadamente siempre estaba su madre, la abuela de Sara, que cada día prepara el almuerzo de “Mary”, como la llama. “Está muy flaca…”. Pero se va reponiendo y poco a poco aprendiendo a vivir con un dolor que no cesa porque su otra hija, Alba, crece y demanda atención y mal o bien la vida sigue. Los primeros días de descanso que se permitieron Soto, Alba y Nieves tras desaparecer Sara fue hace tres años. “Hicimos lo que hacíamos con Sara; llenamos la furgona de comida y nos fuimos al campo. Allí pasamos unos días para alejarnos de todo. Lo pasamos muy bien, la verdad”. Ese día le dije, pícara, tratando de sacarle una sonrisa “Qué bien, los dos solitos…”. “¿Sabes lo que de verdad quiero hacer en el campo?, ¡gritar!”. Así era su desesperación.
La última acampada que el matrimonio hizo con Sara fue en Veneguera en julio del 2006, un par de días antes de que la niña desapareciera. “Jugábamos al cinquillo o a la carta robada; eso le entretenía mucho”.
Cuando a Sara Morales se la llevaron vivía la etapa típica de la adolescencia; le gustaba lucir collares y zapatos verdes, de colorines. Cosas propias de su edad. Su presencia llenaba la casa por eso desde que salió para no volver en la vivienda se ha parado el reloj y el día se une con la noche. Ya nadie llora. Las lágrimas se han secado y en la casa de la abuela, cuartel general de la familia, la ventana que da a la calle, está cerrada.
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