Sant Feliu de Guíxols (Girona), 5 de julio de 2014 / Cartas al Director / Pedro García
No hay más que ver las últimas manifestaciones en contra del aborto para percibir que la sociedad se va sensibilizando cada vez más frente a esta lacra genocida que nos tiene inoculados de corrupción hasta las entrañas. Sin embargo, resulta cuanto menos llamativo que, personas pertenecientes a un grupo social tan significativo como el de los católicos, sigan haciendo de ésta una cuestión opinable. Desde luego que no voy a hacer yo desde estas líneas un juicio moral sobre nadie. Tampoco voy a pronunciarme desde argumentaciones teológicas, porque ni es el lugar ni me corresponde hacerlo. Pero sí me voy a permitir opinar sobre una de las más crueles incoherencias, si no hipocresía, de aquellos que pertenecemos a la Santa Madre Iglesia. Hay otras, pero ésta es sin duda la más sangrienta de todas.
Concebir que el aborto sea la solución al problema de un embarazo imprevisto y no deseado es desconocer las consecuencias reales que tiene abortar. Desde un punto de vista social, es como pensar que los problemas de la Alemania nazi se solucionaban exterminando judíos. El “nosotras parimos, nosotras decidimos” es el equivalente al “la maté, porque era mía” de los maltratadores. Esto que afirmo resulta tan escandaloso como en su día lo fue manifestarse a favor del aborto. Sin embargo, la estrategia feminista, con la que muchas mujeres no están de acuerdo, ha tenido un éxito sin parangón; y demoledor para millones de niños que no han podido ver la luz fuera del claustro materno. A veces uno se pregunta cómo la Iglesia ha podido perder este trascendental ascendente de referencia sobre su feligresía cuando te encuentras a familias católicas que se pronuncian favorables al aborto. Personas mayores que se confiesan practicantes de la fe católica, y al tiempo son tolerantes con el aborto. Mis chicos de catequesis de confirmación, igual que los de otros grupos, justifican con los típicos tópicos mediáticos, como el referido a la violación, su opinión partidaria del aborto. Quizá, no lo sé, el falso progresismo que a veces invade a la Iglesia haya tenido que ver con estos lodos del aborto. He de reconocer que cuando a mis catecúmenos les apunto la solución de promover políticas que ayuden a la mujer, embarazada contra su voluntad, se quedan paralizados admitiéndolo como solución. Pero inmediatamente recuperan las energías manifestando que, como las ayudas no existen, mejor abortar.
El estar dispuesto a admitir como solución de algo quitarle la vida a alguien, es una cuestión de principios, y los principios sustentan y marcan la actitud de las personas en momentos determinantes de la vida. Posicionarse a favor o en contra de la pena de muerte o de los ejecutores terroristas es una cuestión de principios, no de opinión. Si fuera opinable, alguien podría militar o votar a un partido político con independencia de su postura ante la vida de los demás. Ser partidario de eliminar, de la manera más macabra, a los niños que aún no han nacido es algo que requiere una actitud vital de principio. Para los católicos, el estar en contra de ello es, además, una cuestión de exigencia. El estar a favor, una hipocresía incoherente.
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