Girona (Cataluña), 6 de enero de 2015 / Cartas al Director / Pedro J. Piqueras Ibáñez
Gracias a los oyentes de algunos medios de comunicación ha sido posible aliviar las dramáticas circunstancias en las que a menudo vive la Iglesia en estos países, ofrecer una luz de esperanza a miles de hermanos en la fe y llamar la atención de la opinión pública española sobre la violencia contra los cristianos, de la que apenas se escucha hablar en Occidente.
Pero este año hay una urgencia todavía mayor, porque en Irak, la tierra de Abraham, está en juego la propia supervivencia de una Iglesia con dos mil años de historia. Los cristianos de Irak están siendo asesinados o expulsados en masa de sus casas. Si antes de 2003 su número era de más un millón y medio de personas, los pocos que quedan cerca de la mitad viven desplazados. Con la llegada del inverno la situación de los refugiados en el Kurdistán y en otros lugares es cada día más insostenible. Ayudar a los cristianos de Irak significa solidaridad con estos hermanos, testigos heroicos de la fe, pero también confianza en el futuro de un país en peligro de desangrarse a causa de una guerra fratricida.
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