Las Palmas de Gran Canaria (Canarias), 09 de junio de 2015 / Artículo de Opinión / Agustín Ortega Cabrera. (*) ASSOPRESS
El Departamento de Humanidades y Filosofía de la Universidad Loyola Andalucía celebró, recientemente, una Jornada de Investigación sobre el jesuita Francisco Suárez, uno de los pensadores más significativos de la historia de la cultura y de la iglesia. Junto a la Escuela de Salamanca encabezada por F. de Vitoria y testimoniada por Fr. Bartolomé de Las Casas. Suárez es uno de los exponentes más claros del conocido como humanismo renacentista.
Con estos autores como el jesuita granadino, con este humanismo del Renacimiento, realmente comienza la edad moderna, lo más valioso de la modernidad. Y que luego será continuado por el ilustrado, con autores como Kant, aunque no con la misma valía que el de dichos pensadores renacentistas-humanistas. Insp irado todo este humanismo por la fe, en lo que se conoce como humanismo cristiano, que fue la génesis e inspiración del sentido de la persona, de su centralidad y dignidad, de los derechos humanos y del derecho internacional.
Desde la profundidad y actualidad del pensamiento de Suarez, se puede presentar toda una antropología que, con sus bases filosóficas y metafísicas, manifiesta una adecuada comprensión del ser humano en su realidad física, personal y social, ética y política. Una razón, conocimiento e inteligencia que contempla la verdad real, la realidad concreta, material, sociohistórica y, a la vez, que se abre e inter-relaciona con lo universal, con lo trascendente.
Siguiendo a la tradición de la filosofía y teología, como Tomás de Aquino, Suarez presenta al ser humano en la perspectiva de la ley natural. Esto es, como está constituido y conformado la persona en su misma naturaleza o entraña más profunda, en sus inherentes dimensiones corporales y sociales, morales y espirituales. Lo que la mueve, la anima y dinamiza. Y que para la fe cristiana, es el sentido y esencia con el que Dios ha creado al ser humano, su proyecto de realización, de salvación liberadora en el Evangelio y Vida de Jesús.
Como se observa y hemos apuntado, desde el pensamiento de Suarez nos situamos en plena tradición cristiana e ignaciana: en la contemplación y seguimiento de Jesús con la existencia moral-social; en el dialogo e inter-relación entre la espiritualidad y la vida, la mística y lo humano, la fe y la razón o la cultura. De esta forma, por esta naturaleza y constitución antropológica, el ser humano está llamado a ser libre; a la libertad que se realiza desde esta vida espiritual y moral en las circunstancias, en la realidad concreta y comunitaria, social e histórica. En este principio y fundamento que lo conforma, como nos muestra la fe- el mismo S. Ignacio-, la persona es libre, liberada y liberadora de toda esclavitud, mal e injusticia. El ser humano está vocacionado a la co-relación con el Otro y con los otros, a la acción de gracias del don recibido y al servicio a la humanidad, al mundo y a Dios en el bien más universal.
En el camino de la antropología filosófica o cristiana-teológica, y frente al posterior individualismo del liberalismo economicista que pervirtió la concepción de la libertad real, el ser humano es por naturaleza un ser comunicativo y religado a los otros. Es un ser comunitario, social y político. Y la libertad verdadera, la vida pública y cívica, se efectúa en la comunidad social. La sociedad civil es el sujeto y protagonista primero, principal de gobierno o gestión de las relaciones sociales, políticas y jurídicas o institucionales. La autoridad primigenia reside en la comunidad civil y social, en los pueblos que se dotan, en su vida sociopolítica y jurídica, de las formas de gobiernos y responsables institucionales para el servicio al bien común, a la libertad y a la justicia.
Si estas leyes, formas de gobierno o gobernantes no realizan el bien común, si se oponen a la naturaleza humana, libre y moral a la que está llamada toda persona: se tiene el derecho y deber de resistencia cívica a dichas autoridades o gobiernos injustos e inmorales; hay que oponerse a estos gobernantes y leyes que vayan en contra del bien común, de la ética y de la justicia. Para sustituirlas por otras más morales, más humanas y justas.
Como se ve, frente a una concepción maquiavélica y liberal economicista-capitalista, desde la tradición moral y cristiana, Suarez siempre sitúa las relaciones sociales y políticas, económicas e internacionales en este marco antropológico y ético. Con los valores y principios morales de la verdadera libertad en el bien común, en la justicia y el valor-dignidad de las personas. Los gobiernos y las leyes siempre han de respetar al ser humano, la dignidad de las personas, sus necesidades y dimensiones, el desarrollo liberador de los pueblos.
La antropología y humanismo ético suareciano posibilita la adecuada articulación, inter-relación entre la persona y la comunidad sociopolítica. Frente al liberalismo capitalista, el ser humano se encuentra vocacionado al servicio y responsabilidad moral por el bien común, la solidaridad fraterna y la justicia liberadora de toda injusticia u opresión. Y contra los colectivismos o estatalismos, la comunidad política o de gobierno no puede impedir ni negar la libertad, el protagonismo y gestión responsable de las personas o de los pueblos.
Como se puede comprobar, Suarez pone las bases antropológicas y ética-políticas para una firme fundamentación de los derechos humanos, de los pueblos y del derecho internacional. Es una antropología y ética universal, cosmopolita que busca unas relaciones internacionales justas, liberadoras entre todas las naciones y pueblos de la tierra. Con el derecho de acción e intervención política internacional, cuando no se cumpla con la justicia y derechos. Él fue un pionero y artífice de la Doctrina Social de la Iglesia, de otro mundo global necesario,
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