SALT (Girona - Cataluña), 05 de octubre de 2015 / Cartas al Director / Jesús Martínez Madrid
Desde hace casi cuatro décadas las elecciones españolas se ganaban o perdían por una mezcla de esperanza económica y fidelidad a una idea, que en España es de centro, unas veces de izquierda, otras de derecha. Hay una excepción, la de 2004, cuando, sin tener en cuenta la buena marcha de la economía se castigó al Gobierno como disfraz del miedo colectivo tras la masacre de los trenes de Madrid.
Antes, aunque el PP y JM Aznar, su precario triunfo de 1996 sobre Felipe González no se debió a sus denuncias por la corrupción animada a alrededor de su Ejecutivo, sino por que el paro estaba en el 22,91 por ciento y el país se hundía.
It’s the economy, stupid, fue la frase con la que Will Clinton lapidó en 1992 a Gerorge W. Bush, padre, y esa fue la motivación española, con excepción de la de 2004, porque también se repitió en noviembre de 2011 con el triunfo de Mariano Rajoy.
La corrupción nunca había sido un elemento definitivo: centenares de conocidos deshonestos eran reelegidos una y otra vez. De tener algún efecto en el electorado, el limpísimo UpyD sería hoy un partido fundamental en toda España; se adelantó a los tiempos, y su buen trabajo ha sido aprovechado ahora por Ciudadanos y Podemos.
Por primera vez en cuatro décadas parece que, por fin, se ha perdido la inocencia política: la corrupción es ya un elemento decisoria al menos eso es lo que parece, aunque lo fundamental siga igual.
Porque el centro gana siempre, sea acercándose a él el Partido Popular para pactar con Ciudadanos, sea con Podemos tratando de pegarse al Partido Socialista, que debe centrase para poder sobrevivir.
Los votantes nacionalistas son diferentes: hasta pasando hambre y viéndose robados por los suyos seguirían votando igual.
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