SALT (Girona - Cataluña), 28 de agosto de 2016 / Cartas al Director / Jesús Martínez Madrid
La despoblación se ha convertido ya en uno de los más graves problemas que sufren determinados territorios ya que no solo está condicionando su presente, sino también su futuro. Algunas Comunidades Autónomas conoce perfectamente esta circunstancia, no en vano es uno de los mayores condicionantes que sufren a la hora de prestar servicios, aumentando los costes a la hora de atender las necesidades en materia de sanidad o educación, y disminuyendo los ingresos por esa torpeza tan extendida de vincular la financiación al número total de habitantes, sin tener en cuenta, o al menos no en la proporción que sería necesaria, las circunstancias particulares que pueden encarecer esas prestaciones. Pero, al igual que estas comunidades españolas, distintos países europeos sufren este mismo problema, por lo que resulta imprescindible una estrategia común y, lo que aún es más importante, una visión global del mismo.
El viejo continente se enfrenta a una paradoja en materia de población. Frente a grandes núcleos superpoblados, en gran parte por el fenómeno de la emigración, existen importantes zonas sin apenas vecinos, en los que el envejecimiento de la población no hace sino agravar la situación. Hasta ahora, la mayor parte de los esfuerzos se han dedicado a solventar los problemas específicos de esas macrourbes, dejando de lado el otro lado de la balanza.
Creo que ha llegado el momento, sin embargo, de comenzar a fijar la vista en este asunto para poner en marcha medidas que ayuden a paliarlo. Pero eso es muy difícil si se sigue vinculando la financiación de las comunidades autónomas al volumen total de población, sin hacer ajustes reales en función de la densidad geográfica. Con estas políticas se está demostrando que no ve la despoblación o la dispersión como un problema.
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