Semana Santa cuando quiebra abril. Búsqueda de espacios y tiempos para el ocio y el descanso, para llenar la interior bodega. Renacer pascual. Huida y rebelión contra la dictadura de la urgencia, que va creando esclavos de la prisa y la velocidad. Y la Pascua también nos libera de esa esclavitud, rémora de tiempos viejos, porque nos abre un tiempo nuevo en el que ni el poder, ni el saber, ni el tener lo dominan.
Es un tiempo de gracia, de gratuidad, de servicio. Vamos como locos, agendas llenas, tiempos soliviantados. Años veloces. Todo corre raudo. Comidas rápidas en los cada vez más numerosos restaurantes fast food; prisa en las tiendas de ropa, fast fashion, con colecciones rápidas, deportivas, rebajadas y que entran por los ojos. Rápido, todo muy rápido.
Desesperan las colas y los atascos. Es el imperio de lo efímero, la moda que llega; diversión rápida, información al instante en Twitter o Facebook. Algo saltó con tintes de alarma por la mañana y, a mediodía, ya pocos se acuerdan. Consumida la noticia, poco importa su impacto.
Viajes rápidos, vuelos baratos, el AVE, la autovía, la radial. Se acelera la economía y los procesos de producción, las cifras bailan de una hora a otra y la Bolsa se estremece. Todo rápido y telegráfico, como esta pieza que te has entretenido en leer. Música rápida y estridente; mejor correr que pasear, mientras se responden correos en el iPod o iPad. El trabajo va rápido y la vida pública también.
Una ley de hoy, mañana hay que cambiarla. Dictadura de la urgencia, de lo rápido, del “aquí te pillo y aquí te mato”. Falta perspectiva, sosiego, visión poliédrica. Te deslumbró alguien. Cuando te preguntan, ni te acuerdas del nombre. Dictadura del sentimiento, de la epidermis.
Hay que frenar y cambiar los ritmos, tan saturados y acelerados, y saborear una larga cambiada, serena y pausada de José Tomás en Las Ventas, la lentitud que embarga al escuchar a María Victoria de los Ángeles interpretarNoches de Auvergne; leer los Ensayos de Montaigne, oteando aquellos años convulsos desde su torre. La “Pasión” de Bach… Rapidez y el culto al instante. Lo ha estudiado el francés Gilles Finchelstein: el objetivo es recuperar el sentido del tiempo y su sucesión lenta.
Y en la Iglesia, la prisa nos devora. Hemos caído en su trampa. Cursos prebautismales rápidos. Mejor una hora que nada. La preparación al matrimonio se salda con charlas rápidas. Las catequesis de comunión, mejor dos años que tres; confirmación, con uno sobra. Las misas rápidas, para no aburrir al personal; de reuniones, pocas.
El reloj manda. El tiempo sagrado necesita su tiempo. No hay tiempo para la conversación serena ni el contacto personal. Las iglesias se convierten en centros de servicios rápidos, fast spirituality.
Cursos rápidos para cofrades, para laicos, para militantes; carreras cortas, prisa por ordenar ante la falta de sacerdotes. Se acortan los tiempos, se alargan los objetivos. Miedo a que la gente se canse; miedo a quedarse solos.
Hay cosas que no van con los ritmos de la evangelización, que necesitan tiempo. Esta sociedad líquida de la prisa busca la espuma. Hay que recuperar el sentido del tiempo. Estos días nos ofrecen la posibilidad para rebelarnos contra la dictadura de la prisa y de la urgencia.
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