Málaga, 17 de enero de 2012 / Cartas al Director / Elena Baeza.
Sr. Director:
Los obstáculos que frenan la difusión de la verdad son la cobardía, la comodidad o la desidia que dificultan hablar o escribir en la transmisión de una información veraz, tenemos el ejemplo de santa Catalina de Siena que supo hablar con gran libertad a todos, a los sencillos y a los grandes de la tierra y de la Iglesia.
Ciertamente, en estos tiempos se utiliza bastante la mentira y el engaño como una herramienta más para escalar puestos, para alcanzar un mayor bienestar material, para evitar compromisos y sacrificios, o como está ocurriendo en la actualidad con los casos de corrupción o con el entramado de historias y disparates en relación con el asesinato de Marta del Castillo. Nos hemos acostumbrado a mentir y, es que a veces no somos capaces de decir la verdad para quedar bien. Estamos inmersos en una cultura que ha perdido los valores y en muchas ocasiones es incapaz de percibir la verdad.
La actitud ética respecto de la verdad consiste en respetarla, y enfrentarse con ella, para reconocerla, si bien esa aceptación pueda ser molesta o complicarnos la vida. Aunque la verdad traiga problemas, hay que prestarle asentimiento, como hizo Sócrates.
Debemos ser los padres los primeros educadores en inculcarles que no hay que mentir, y yo, me atrevería a aplaudir a aquellos que cuando sus hijos a pesar de que se han equivocado, no les mienten, sino que les dicen la verdad, con todas las consecuencias, sería muy bueno que premiáramos esa valentía, aún con el temor de que sus padres pudieran castigarles. Sería la forma de que supieran valorar la verdad. Para ello tenemos que demostrarles con nuestro ejemplo que amamos la verdad y ponemos siempre el mayor empeño en encontrarla.
El bien se logra cuando se conoce y se respeta la verdad. ¿Qué hace bueno el diagnóstico de un médico, la decisión de un árbitro o la sentencia de un juez? ¡Solo eso!: “La Verdad”. Por eso, obrar bien es obrar conforme a la verdad, conforme a lo que son las cosas.
Cuando la verdad se acepta, el hombre se enriquece, y su existencia adquiere una dignidad y un brillo inusitados, porque en ella hay más libertad.
Sólo cuando los hombres se acostumbren a decir y a oír la Verdad, habrá comprensión y concordia.
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