sábado, 5 de julio de 2014

SOBRE LA VIOLACIÓN DE NUESTRAS DIGNIDADES

Barcelona (Cataluña), 5 de julio de 2014 / Artículo de Opinión / Xavier Aparici Gisbert
Walter Benjamin (1892-1940) fue un pensador atípico en su tiempo, dotado de una gran curiosidad y de una notable capacidad expositiva. Entre los muchos temas en que se ocupó están sus reflexiones sobre el fenómeno de la historia social de la humanidad. Este filósofo consideraba que la larga y escandalosa historia de la opresión pone de manifiesto que en las sociedades humanas, desde el inicio de la civilización, la norma siempre ha sido “el estado de excepción”, que cada avance cultural o humanitario ha cursado en un contexto de barbarie, de abuso y desconsideración sostenidos.
Los extremos de violencia, los excesos mayores, lejos de ser excepcionales o anómalos, ocurren en un caldo de cultivo que los hace posibles. Por ello, la reivindicación de la dignidad de las innumerables víctimas de las tiranías, los expolios y las crueldades, a través de su rescate del olvido, le da un sentido ético al proceso histórico, exigiendo la redención, la liberación del dolor y de las afrentas por tanto maltrato y ultraje. Este agravio constante y aún omnipresente hace imposible la empatía emocional y la conformidad moral con el proceso histórico: demasiada tristeza, demasiada angustia, demasiado dolor infringido, sin sentido ni mesura, como para hacer apología de nuestra civilización.
Debido a ello, la indignación cívica ante la persistente y generalizada  corrupción de las élites de poder –hoy apenas disimulada por sus medios de manipulación y propaganda-, es lícita y necesaria. Y así mismo, ante los abusos y desconsideraciones cotidianas que la ciudadanía de a pié soportamos en nuestros quehaceres diarios: esperas contraproducentes y colas desconsideradas en la resolución de nuestros asuntos; desatenciones injustificables en las condiciones de confort, salubridad y cuidado cívicos; abusos y omisiones dolosas de quienes tienen la responsabilidad de velar por las mejores condiciones de interacción social y el servicio al interés general…
Pero Benjamin, coherentemente con su visión dual del proceso histórico, también advertía de la necesidad de estar atentos a no apagar la llama de la dignidad y la concordia solidarias. La, a menudo, invisibilizada memoria de las víctimas en el pasado, el tenaz reconocimiento de la dignidad compartida y el filantrópico anhelo de mejoramiento para los que vendrán, no solo nos lo exigen, sino que, además, nos fundamentan en las resistencias, las exigencias y las propuestas humanísticas. Lo que, sobre todo, hay que evitar es la desidia existencial y la acedía: el sentimiento resignado ante la fatalidad que lleva a la sumisión ante el poder existente y a la identificación con los dominadores.
Hay infinidad de referentes para no cejar en el empeño de la liberación y la fraternidad, desde las morales espirituales y los credos religiosos a las éticas políticas de la empatía. John Rawls (1921-2002), el reputado filósofo estadounidense defensor de un liberalismo político responsable socialmente, en su teoría política propone, entre las condiciones que asegurarían el correcto funcionamiento de la sociedad, un supuesto mental que denominó “el velo de la ignorancia”. Este velo consiste en que los ciudadanos para decidir qué es la sociedad justa y democrática se comporten como desconocedores de la condición y posición que tienen en ella: raza, procedencia, nivel económico, creencias, etc. En fin, una remozada versión de la vieja máxima de tratar al otro, como a uno mismo, de ser tolerante y responsable a la vez. No es tan difícil, si no se pretende abusar o aprovecharse de los demás ¿verdad?

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