Málaga (Andalucía - España), 16 de marzo de 2015 / Artículo de Opinión / Ana Sáez Ramirez (*)
Las catástrofes nucleares como por ejemplo la de Chernóbil o la de Fukushima, nos mostraron de forma dramática qué clase de fuerzas se ocultan tras el término “radiactividad”. La radioactividad es una transformación espontánea de núcleos atómicos inestables sometidos a radiación, cuyo alcance depende de la cantidad de núcleos atómicos que se desintegren. De esta forma si una persona se encuentra en su radio de acción, queda expuesta a dicha radiación, y por lo tanto la absorbe.
La radiactividad o desintegración radiactiva es un proceso que tiene lugar en todo momento en la naturaleza, por lo tanto existe una radiactividad natural y una artificial. Cuando surgió el sistema solar aparecieron núcleos de átomos estables e inestables. Desde aquel entonces hasta hoy la mayoría de los inestables ya se han desintegrado, sin embargo también sufrimos una radiación natural procedente del cosmos ya que el sol emite partículas altamente energéticas que llegan a la superficie de la Tierra con relativa frecuencia. O sea que la radiación natural no es tan perjudicial para nuestra salud, pero la radiación artificial que es creada por el hombre, por ejemplo a través de la fisión nuclear, sí lo es.
En su funcionamiento habitual una central nuclear emite material radioactivo tanto por el aire como por las aguas residuales, siendo cantidades muy pequeñas que sólo pueden conducir a cargas radioactivas muy bajas. Sin embargo en el año 2007 se llevó a cabo en Alemania el llamado estudio Kipp, con el fin de analizar la frecuencia con la que se dan casos de cáncer infantil en las cercanías de centrales nucleares, llegando a la conclusión de que con este procedimiento epidemiológico en las proximidades de centrales nucleares, se detecta un aumento de casos de leucemia en menores.
La central nuclear imita el funcionamiento continuo de los radionucleidos, y el medio ambiente se contamina a través de radionucleidos presentes en el aire, las lluvias, los regadíos o el suelo y que proceden de las fugas de centrales nucleares, por explosiones subterráneas de armas atómicas, por almacenes de residuos o el remanente de pruebas realizadas en la atmósfera. Los radionucleidos son absorbidos por el medio ambiente y van a parar a los ciclos naturales llegando al ser humano a través de la alimentación. Dichas emisiones las mide el operador de la central nuclear, y basándose en ellas calcula el valor medio. Los días en los que aparecen los valores máximos, las personas y los animales en un radio de acción determinado están expuestos a una dosis mucho mayor, incluso una mujer embarazada y su futuro bebé estarían altamente expuestos, con las graves consecuencias para la salud que pudieran derivarse de dicha exposición.
(*)Del programa de radio: “¿Radiactividad. Bendición o maldición?“
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