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lunes, 6 de julio de 2015

¿Qué cosas nos llevamos al otro lado?


Málaga (Andalucía), 6 de julio de 2015 / Artículo de Opinión /  Ana Sáez Ramirez 

De acuerdo con la ley de la naturaleza el cuerpo humano pertenece a la Tierra. En el instante del fallecimiento el alma se desprende lentamente de la envoltura mortal, el cuerpo, y de inmediato pasa a formar parte de una conciencia en un estado sustancial adecuado a su dimensión. Los vínculos con personas que estaban muy familiarizadas con el fallecido, que vivieron juntos durante muchos años, que adquirieron conjuntamente algunas cosas y construyeron para sus familias o conocidos algo que para ellos era valioso, pueden convertirse ahora en un problema para el recién fallecido.

Los parientes no pueden ver el alma de la persona que antes estuvo tan cerca. Sin embargo a la inversa sí, el alma ve a las personas con las que vivió y obró siendo un ser humano, porque el mismo magnetismo, sea hombre o alma, atrae siempre a lo igual. En la primera fase tras la muerte el alma se encuentra aún en medio de las personas allegadas, sigue viviendo todavía en la idea de su valor como ser humano, y en torno a todo aquello que tuvo que ver con el ser humano: un hogar, seguridad, ganancia, prestigio y cosas parecidas, en definitiva todo aquello que era importante para la persona. El alma por lo tanto no puede desprenderse tan fácilmente de todo eso, pues el magnetismo creado con los valores de esas cosas externas tiene demasiado peso. El imán es el entorno en el que el ser humano se sentía a gusto, donde practicaba sus costumbres, donde tenía prestigio, donde poseía bienes, obtenía ganancias y muchas cosas más. Si el alma no se puede desprender de todo eso, a pesar de reconocer que ahora es un alma, permanece en el entorno terrestre que le es familiar, pero invisible a los ojos humanos.

Al principio no quiere admitir los impulsos que le van llegando sobre su futura evolución como alma, ya que estos mueven en ella muchas cosas sin purificar que como ser humano quería olvidar o había olvidado. Lo que se introdujo en el macrocosmos material sale a la luz cada vez con más claridad en el alma. Lo que estaba olvidado se muestra en diferentes sucesiones de imágenes que le indican lo que debe ser superado, es decir que en sus sentimientos y sensaciones ha de ir purificando lo negativo que nuevamente se va actualizado y  reaparece, con el fin de liberarse de ello y poder luego olvidarlo.

Todo sufrimiento, el daño y el dolor que por nuestro egoísmo o indiferencia causamos a nuestros semejantes, se torna vivo en estas secuencias de imágenes. Debido a que estas imágenes son un grabado que se ha trazado en nuestra alma, no nos la podemos simplemente quitar de encima, sino que las viviremos en nuestro propio cuerpo anímico. Dolores, duelo, soledad, abandono, sufrimiento y preocupaciones que experimentaron otras personas por nuestra culpa, todo eso lo veremos, lo sufriremos y soportaremos nosotros mismos como alma en nuestro cuerpo anímico. Por eso Jesús de Nazaret nos enseñó lo siguiente: “Haz las paces enseguida con tu adversario mientras vayas con él de camino, no sea que tu adversario te entregue al juez y este al alguacil, y te metan en la cárcel”.




De la publicación: “El camino del olvido”

martes, 14 de abril de 2015

Cuando se destruye el medioambiente las sociedades colapsan

Málaga (Andalucía - España), 14 de abril de 2015 / Artículo de Opinión / Ana Sáez Ramirez (*)

Existe un interesante estudio realizado en 2009 por científicos de la NASA en el que se analizaron los motivos de la caída de los mayas sirviéndose de datos extraídos por satélite, a través de modelos climatológicos y de hallazgos arqueológicos, también a través del análisis del polen de sedimentaciones marinas. El resultado fue que el polen de los árboles había desaparecido prácticamente por completo en la época del declive. En su lugar sólo se encontró polen de mala-hierba. Dicho con otras palabras: la región había sido desforestada prácticamente por completo. Sin embargo no a causa de una catástrofe natural.

Es posible imaginárselo de la siguiente manera: los mayas tenían una técnica de cultivo agrícola específica basada en la deforestación por incendio del terreno de cultivo. A continuación cultivaban durante tres años y luego se barbechaba la tierra durante quince. En este periodo de barbecho la naturaleza tenía la posibilidad de regenerarse y los árboles y arbustos volvían a crecer. Sin embargo se puede comprobar que los mayas al final desforestaban cada vez más rápidamente para poder cultivar cada vez más y con mayor rapidez. A lo que se suma una considerable disminución de precipitaciones. Qué duda cabe que la aridez fue consecuencia de la deforestación.

En un escenario con un 100% de deforestación se puede comprobar que la temperatura sube de tres a cinco grados con un 20% a 30% menos de precipitaciones, esto da lugar a una reducción de las cosechas, lo que a su vez produce enfrentamientos sociales, hambre, guerras y posiblemente también enfermedades. Lo que nos recuerda a nuestro tiempo actual. También hoy se conoce por ejemplo la relación que existe entre la deforestación de la selva tropical y el calentamiento global. Sí, y también los científicos de la NASA han manifestado que en realidad los mismos mayas son los culpables de su declive. Con lo que se puede afirmar que los mayas no fueron un pueblo que vivía en armonía con la naturaleza.

La lección para el ser humano de esta época es reconocer que una cultura, por muy desarrollada que sea, también necesita de las condiciones climáticas para subsistir. Y si algo se sale de su ritmo natural puede producir escasez de alimentos, enfrentamientos y enfermedades, el caldo de cultivo perfecto para que toda una cultura pueda experimentar el final de sus días. 

(*) Del programa: «Cuando las culturas colapsan»

lunes, 16 de marzo de 2015

¿Aumentan los casos de leucemia junto a las centrales nucleares?


Málaga (Andalucía - España), 16 de marzo de 2015 / Artículo de Opinión / Ana Sáez Ramirez (*) 

Las catástrofes nucleares como por ejemplo la de Chernóbil o la de Fukushima, nos mostraron de forma dramática qué clase de fuerzas se ocultan tras el término “radiactividad”. La radioactividad es una transformación espontánea de núcleos atómicos inestables sometidos a radiación, cuyo alcance depende de la cantidad de núcleos atómicos que se desintegren. De esta forma si una persona se encuentra en su radio de acción, queda expuesta a dicha radiación, y por lo tanto la absorbe.

La radiactividad o desintegración radiactiva es un proceso que tiene lugar en todo momento en la naturaleza, por lo tanto existe una radiactividad natural y una artificial. Cuando surgió el sistema solar aparecieron núcleos de átomos estables e inestables. Desde aquel entonces hasta hoy la mayoría de los inestables ya se han desintegrado, sin embargo también sufrimos una radiación natural procedente del cosmos ya que el sol emite partículas altamente energéticas que llegan a la superficie de la Tierra con relativa frecuencia. O sea que la radiación natural  no es tan perjudicial para nuestra salud, pero la radiación artificial que es creada por el hombre, por ejemplo a través de la fisión nuclear, sí lo es.

En su funcionamiento habitual una central nuclear emite material radioactivo tanto por el aire como por las aguas residuales, siendo cantidades muy pequeñas que sólo pueden conducir a cargas radioactivas muy bajas. Sin embargo en el año 2007 se llevó a cabo en Alemania el llamado estudio Kipp, con el fin de analizar la frecuencia con la que se dan casos de cáncer infantil en las cercanías de centrales nucleares, llegando a la conclusión de que con este procedimiento epidemiológico en las proximidades de centrales nucleares, se detecta un aumento de casos de leucemia en menores.

La central nuclear imita el funcionamiento continuo de los radionucleidos, y el medio ambiente se contamina a través de radionucleidos presentes en el aire, las lluvias, los regadíos o el suelo y que proceden de las fugas de centrales nucleares, por explosiones subterráneas de armas atómicas, por almacenes de residuos o el remanente de pruebas realizadas en la atmósfera. Los radionucleidos son absorbidos por el medio ambiente y van a parar a los ciclos naturales llegando al ser humano a través de la alimentación. Dichas emisiones las mide el operador de la central nuclear, y basándose en ellas calcula el valor medio. Los días en los que aparecen los valores máximos, las personas y los animales en un radio de acción determinado están expuestos a una dosis mucho mayor, incluso una mujer embarazada y su futuro bebé estarían altamente expuestos, con las graves consecuencias para la salud que pudieran derivarse de dicha exposición.



(*)Del programa de radio: “¿Radiactividad. Bendición o maldición?“