Barcelona (España), 05 de noviembre de 2015 / Cartas al Director /Eva Catalán
En la actualidad, las mujeres han tomado una posición de fuerza frente al varón, hasta el punto de que pueden abortar a sus hijos sin tener en cuenta la opinión del mismo. Ahora, cada vez más, las féminas se lanzan a la conquista del hombre, sin tapujos ni vergüenzas, sin considerar el estado civil de éste, al cual no respetan más en caso de que esté casado. Es más, su desatada pasión lujuriosa hace de él una presa más codiciada ya que consigue arrastrarle fuera de su dominio, de su casa, de su lecho, del amor de su mujer y de sus hijos creando un verdadero desastre en la relación familiar, empujando a ésta a un seguro fracaso. Y así podríamos seguir ennumerando áreas en las que la mujer tiene cada vez más protagonismo, pero no un protagonismo bueno, sino abocado a hacer perder no sólo al hombre sino a la sociedad entera el resto de moralidad que le queda, por ejemplo, suscitando la perversión de la pornografía que daña irreparablemente a los más jóvenes, por no hablar de los adultos y los niños.
Entonces, el papel de la mujer, que debería ser guía de los corazones de aquellos vinculados a ella, la dadora de amor por excelencia, queda mitigado, cuando no entorpecido, por otros intereses a los que ella se liga, como el trabajo profesional, dejando semi abandonada a su familia creando fuertes carencias de todo tipo, especialmente afectivas. Una mujer que no se ocupa de su casa no puede hacer felices a los que en ella vive, una mujer que anda volcada en otras tareas es difícil que se percate de los problemas de su marido o de sus hijos. En fin, el rol de ella pasa por ser la supervisora de su familia, en todos los ámbitos y cuando alguno de ellos no funciona ha de estar alerta y corregir, hablar y mantener una amistosa confidencia con todos, especialmente con los que no pueden ser ayudados por nadie más que por ella, dado que está pensada por Dios para ser el elemento de unión de toda comunidad familiar y no ha introducir la dispersión, el nerviosismo y la preocupación sobre aquellos a quienes tutela, en especial a su marido.