Torroella de Montgrí (Girona), 20 de octubre de 2014 / Cartas al Director / Lluis Esquena Romaguera
En uno de los primeros días del Sínodo de la Familia se habló de la contribución insustituible de los fieles laicos en el anuncio del Evangelio de la familia. Especialmente los jóvenes, los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades desempeñan un servicio de importancia vital, llevando a cabo una misión profética y contracorriente en la época actual.
Escuchar a los laicos y creer más en ellos es, por lo tanto, esencial, porque es en ellos y con ellos, donde la Iglesia puede encontrar respuestas a los problemas de las familias. Otro tema afrontado fue el de la precariedad laboral y el desempleo. La angustia por la falta de un trabajo seguro crea dificultad en las familias, así como la pobreza económica, que a menudo hace que sea imposible tener un hogar. No sólo: la falta de dinero a veces hace que se le ‘’divinice’’ y que las familias se sacrifiquen en aras del beneficio. Es necesario, en cambio, insistir en que el dinero debe servir y no gobernar. De nuevo se volvió a reflexionar sobre la necesidad de una mayor preparación para el matrimonio, prestando también una atención específica a la educación afectiva y sexual, para fomentar una verdadera mística familiar de la sexualidad.
Y se recordó la gran contribución de los abuelos en la transmisión de la fe en la familia. Siempre, en referencia a las personas mayores, los padres sinodales insistieron en la importancia de que el núcleo familiar acoja, con solidaridad, cuidado y ternura, a las personas de la tercera edad. La misma importancia debe darse a los enfermos, para acabar con esa “cultura del descarte”, de la que a menudo nos pone en guardia el Papa Francisco.