Ángel Tristán Pimienta, ante el Club La Provincia. / CANARIASINVESTIGA.ORG
Las Palmas de GC, 13 de octubre de 2012 / Entrevista / www.canariasinvestiga.org
Canarias Investiga comienza con el periodista Ángel Tristán Pimienta la serie Psicoanálisis del periodismo, en la que pretendemos sincerarnos ante el lector acerca de las obsesiones y patologías que arrastra de manera crónica esta profesión. Lo hacemos con expertos de la materia, cada uno desde su óptica y experiencia personal. En un momento en el que también los referentes periodísticos parecen tambalearse, queremos hablar con los que saben de esto y pueden aportar soluciones
Si pudiéramos ponerle rostro al nervio diario de la actividad periodística, no sería muy distinto al de Ángel Tristán Pimienta (Las Palmas de G.C., 1948), que desborda expresividad y pasión en todas sus respuestas.
Director de La Provincia entre 2005 y 2009, 46 años de carrera a sus espaldas, comanda desde hace tres el Club La Provincia, ubicado en la antigua sede del mismo periódico. Un lugar que, como Tristán Pimienta, transmite un halo de tradición periodística aparentemente olvidada en esta época de tecnócratas y fríos balances. Allí se realiza la entrevista con un ex compañero que estuvo a sus órdenes en su época de director.
"La primera obligación del periodista es defender la democracia", asegura Tristán Pimienta. ¿Qué tipo de democracia? "Eso entra en el criterio de cada uno". Firme defensor de la palabra, se reafirma en su idea del periodismo con sello propio. "El único periodismo de calidad que está quedando en Internet es el que tiene una marca detrás".
Obsesiones. En su psicoanálisis del periodismo hay algunas obsesiones necesarias para ser buen profesional. "Hay que tener la obsesión de la calidad y la de contrastar las fuentes". ¿Independencia? No existe en términos absolutos, pero se puede ser muy independiente. "Yo he recibido más presiones de los amigos que de los adversarios", confiesa.
Y una frustración: la corrupción política de los años 80-90 y la tolerancia hacia ella. "Creímos que la democracia nos iba a traer el paraíso", asegura. "Pero sin esa libertad de información no es posible técnicamente luchar contra la corrupción". Por eso, su visión es clara. "Debemos levantarnos cada día con un sentido de misión".
P. ¿En qué situación se encuentran hoy los medios y sus lectores?
R. La gran noticia de lo que va de siglo es la crisis y sus consecuencias. Y eso interesa a la gente, a los consumidores de informaciones y opiniones. Por supuesto la clave está en el equilibrio. Un medio informativo tiene que ser equilibrado, armónico, y creíble para todos.
P. ¿Y la profesión?
R. Muchas empresas han perdido la referencia y la adaptación a estos nuevos tiempos. Cuando yo entré en 1967 estaba la prensa del Estado, que decía que informaba, formaba y divertía, pero de acuerdo con los intereses de la dictadura. Después había otros periodistas, que fue por lo que me encantó esta profesión, que queríamos informar y formar de acuerdo con un régimen democrático. Hoy hay quienes tienen en cuenta esta misión que se les encomienda, en ocasiones complicada, ser las moscas cojoneras del sistema. Estar atentos a cualquier desviación del poder y garantizar la limpieza y equilibrio de las reglas de juego. Y otros que cumplen lo que ellos llaman 'lo estrictamente profesional', y se limitan a actuar como simples papagayos sustitutos de una grabadora. Yo no creo en la asepsia del periodismo. Si el hombre fuera objeto sería objetivo, como es sujeto es subjetivo.
P. Existen muchos mitos en torno a esto. ¿La independencia es uno de ellos?
R. Se puede ser muy independiente. Yo a lo largo de toda mi vida he sido bastante independiente. Estoy en una empresa, todos lo estamos. A veces no son solo cuestiones de empresa las que condicionan un aspecto de la información. El Washington Post tuvo un momento importante cuando tuvo que decidir si seguía adelante con las investigaciones del Watergate. Los propietarios de The New York Times tuvieron también su momento crítico cuanto tuvieron que decidir si publicaban los Papeles del Pentágono. Los dos decidieron publicar, y eso les rentabilizó en imagen y en premios Pulitzer.
P. En cambio hoy los ciudadanos dibujan a la prensa como parte del poder. En el 15-M, por ejemplo.
R. Lo que no se puede hacer es criticar a un periodista porque tenga ideas y aplique la técnica que cree que tiene que aplicar. Entiendo que la gente del 15-M o el 25-S quiera que le dediquen 23 páginas. Pero resulta que hay otros muchos temas importantes, y el papel es un bien escaso en un periódico. Y un periódico ha de sacar asuntos que afecten no solo a la mayoría, sino también a las minorías.
P. Los medios en general contribuimos a mantener el status quo. Pero en un momento donde se reclaman cambios profundos del sistema, ¿cuál debe ser el papel del los periodistas?
R. La primera obligación es defender la democracia.
P. ¿Pero qué democracia? ¿La actual? ¿Otra distinta?
R. Eso entra en el criterio de cada uno. Todas las constituciones son diferentes. Yo he escrito a favor de la república y críticas muy serias por comportamientos concretos de Don Juan Carlos o Don Felipe de Borbón. Eso es bueno, no es malo. Y estar contra los nacionalismos simplones, que son todos. Decir que la culpa la tienen los otros es una cortina de humo. Nos tenemos que creer que somos vigilantes de la democracia. Nos tenemos que levantar cada mañana pensando que ese día tenemos la misión de vigilar por las reglas del juego. Cada vez que nos acostemos, pensar que mañana me voy a levantar con un sentido de misión.
P. En tu caso, por ejemplo, con la corrupción de los años 80-90.
R. Todos lo que estábamos en la clandestinidad creímos que la democracia nos inmunizaba contra la corrupción. Pecamos de ingenuos. Nuestra ilusión actuó como cortina de humo contra la realidad de la condición humana. Y un buen día, durante la tercera legislatura socialista, comprobamos horrorizados que existía la corrupción y que eran puntas de iceberg. Se estaba produciendo una extensión de la misma a partir de la base que veía como cosa normal la especulación, el pelotazo… Eso nos frustró a muchos de nosotros.
P. ¿Como ciudadanos incluso?
R. Como personas. Creímos sinceramente que la democracia nos iba a traer el paraíso. Pero sin esa libertad de información no es posible técnicamente luchar contra la corrupción.
P. Y gracias a ella.
R. Gracias a ella y a las sucesivas sentencias del Tribunal Supremo y del Constitucional, los periodistas tenemos el encargo de estar vigilantes contra la corrupción de los poderes públicos. Y por eso determinados periódicos empezaron una campaña sobre cada caso y sobre la pérdida de valores de la sociedad en su conjunto. Sindicatos que se han convertido en oficinas de empleo para enchufar a los amigos. Pero mismo pasa en la patronal. Y en los partidos, donde las listas cerradas hace más difícil aislar la corrupción.
P. También viviste la corrupción en Canarias siendo ya director de La Provincia. ¿Eso te puso en alguna situación delicada?
R. Fue menos complicado de lo que parece. Un día, cuando detuvieron a un importante empresario, lo publiqué a cinco columnas en primera. Un compañero me preguntó por qué lo había hecho. Para mí era clave darle lo que técnicamente le correspondía para que de ahí en adelante, cuando se le diera a cada uno según esa misma medida, nadie se sintiera agraviado. Juez por medio, detención por mandamiento judicial: cinco columnas.
P. ¿Tuviste algún enfrentamiento importante por este motivo?
R. Yo dejo de dormir por la hipoteca, pero no porque me deje de saludar gente que nunca ha sido amiga mía. ¿Presiones? De distinto tipo y de las personas que menos te esperas. He recibido más presiones de los amigos que de los adversarios. Más de políticos supuestamente avanzados que de empresarios. Pero son suaves, porque saben que si se pasan, el remedio puede ser peor que la enfermedad.
P. El periodismo hoy está claramente vinculado a lo digital. ¿Cómo saldrá de esta crisis?
R. Al final el único periodismo de calidad que está quedando en la espumadera de Internet son las marcas. El periodismo con marca, el que tenga una redacción, un responsable que poco a poco vaya acreditando su calidad. Firmar con tu nombre y apellidos le da una garantía al lector, y tiene a quién reclamar. Donde no me consta que la haya es en un anónimo que llega por Internet. Porque yo sí doy mi nombre. Y hace muchos años estuve sometido a vigilancia de la Guardia Civil por amenazas de ETA.
P. ¿De ETA?
R. Cuando los presos etarras estaban en Salto del Negro, yo seguía publicando contra ETA, y al parecer se captó una conversación en la que salió mi nombre. Muchos años después me enteré de casualidad que me habían sometido a vigilancia, aunque yo no me enteré.
P. Parece que El País finalmente presentará un ERE muy importante. ¿Consecuencia de la crisis, de una mala gestión, de las dos cosas?
R. La situación financiera del Grupo Prisa es gravísima. Desde hace unos años han ensayado distintas fórmulas para salvarlo, pero no ha sido suficiente. La publicidad no se recupera, y las ventas no suben. Los despidos han estado presentes en la redacción como una espada de Damocles. Es un problema que no afecta solamente a Prisa. EL MUNDO se ha visto obligado a reducir también drásticamente su plantilla, y Vocento, lo mismo. No se puede olvidar que Público no logró el equilibrio económico y desapareció, aunque conserva su versión digital. Por supuesto, estos tres 'grandes' realizaron inversiones que en su día parecía que no iban a tener dificultades de amortización, porque nadie esperaba la 'tormenta perfecta' que se ha abatido sobre la prensa, por un conjunto de causas. Por una parte está la competencia 'caníbal' de Internet, que, para colmo, aún no produce ingresos que cubran los gastos. Por otra, el derrumbe económico que se ha cebado con la publicidad. Y en tercer lugar, porque el aumento del paro ha obligado a muchos suscriptores y lectores a darse de baja para atender otras prioridades.
P. ¿Qué responsabilidad tiene Juan Luis Cebrián en ello?
R. Prisa siempre ha estado en contra, editorialmente, de abaratar el despido. Ahora se ha acogido a la norma que tanto ha criticado. Juan Luis Cebrián fue el cerebro de una expansión del grupo que, al final, ha dejado colgado de la brocha al grupo. Creo se ha puesto excesivamente nervioso, y ha llegado a perder los papeles con los trabajadores. Con sus renegociadas condiciones económicas y 'bonus' no puede decir en la asamblea de trabajadores que no se puede seguir viviendo tan bien. Creo que ha hecho añicos su imagen en este proceso.
P. Durante muchos años tuviste cargos de responsabilidad en La Provincia. ¿El despacho es el fin de un buen periodista?
R. Yo siempre combiné la calle con el despacho, porque si te aislas, pierdes el contacto con la realidad. Un periodista suele cometer un pecado gravísimo, creer que forma parte de la gente corriente. Mentira, la gente corriente no sale en los periódicos. Salen cuando se mueren y muchos ni tienen dinero para poner una esquela. La gente que tiene la posibilidad de estar en contacto con presidentes de gobierno, con alcaldes, con médicos famosos, esa gente no es gente corriente. Los amigos de tu mismo segmento profesional tampoco. La gente corriente no está en la cúspide de la pirámide, sino del tronco para abajo. Y si no vas a la calle, no vas a saber lo que piensa. Es la gente que va en guagua y está en trabajos que no les permiten estar con los líderes sociales y políticos. El periodista comete un gran error si cree que la verdad es la que le dicen los grandes empresarios, los políticos, los que quieren tener la razón. Si solo se llena la cabeza de esos bytes, vivirá en el mundo de Alicia en el País de las Maravillas.