José-Fernando Rey Ballesteros, sacerdote, es un cura muy enamorado, como otros que yo conozco. Nos cuenta de quién y por qué. Como digo a mis hijos, me parece interesante en estos momentos la carta de Fernando y me gustaría poder compartirla, cosa que le agradezco mucho.
Madrid, 29 de marzo de 2010 |Cartas al Director | Inés Mª García López
"Cuando, a comienzos de 2009, se hizo pública la noticia de que el Papa había convocado un “año santo de los sacerdotes”, pensé que se acercaba nuestro pequeño Tabor en una vocación nacida y residente en el Gólgota. No habían pasado tres semanas desde el comienzo de los “fastos” cuando, desde la cama de un hospital, un servidor fue plenamente consciente de que había errado el vaticinio. ¡Vaya año llevamos! ¡Bendito sea Dios!
Lean esto, y esto, y esto, y esto, y esto, y esto, y esto, y, si quieren llegar al esperpento, también esto. Toda esta sarta de enlaces con que les ametrallo van referidos a casos de pederastia cuyos protagonistas son clérigos. Sorprende, en primer lugar, que todos los hipervínculos menos uno se dirijan a la misma web... ¿Qué quieren los creadores de esa página? ¿Qué buscan? ¿Por qué tanto empeño en salpimentar sus contenidos con estiércol? Supongan que alguien llega a su casa, se dirige directamente al cubo de la basura, y comienza a esparcir inmundicia por todas las habitaciones... Algo andará buscando cuando hace eso. Es casi tan impropio como negar que la basura exista, lo cual sería otra solemne estupidez. Pero cuando se esparce la putrefacción de esta manera, llegando al extremo de que dos de cada tres noticias proporcionadas por esta web se relacionen con la pederastia, el incauto recibirá el mensaje de que la Iglesia es un enorme basurero repleto de inmundicia.
No sé si este enlace y este otro, dirigidos a la misma web, podrán ayudarles a esclarecer la estrategia que se oculta tras la labor de quien remueve la basura. En ambas noticias se nos presenta a obispos alemanes (compatriotas, por tanto, del Papa) pidiendo la supresión del celibato obligatorio, y emparentando la imposición del celibato con los casos de pederastia. ¿No les dice nada esto? Para mí, el mensaje es claro: el celibato obligatorio de los sacerdotes es un elemento perturbador que produce personalidades enfermizas y pervertidas. Puesto que ser célibe es antinatural, la imposición de esa ley provoca que la sexualidad del clérigo busque satisfacciones aberrantes. Conclusión: el celibato sacerdotal debe ser erradicado de la faz de la Iglesia. Lean ahora este artículo del director de la web citada, abogando por la readmisión en el ministerio de los sacerdotes secularizados que han contraído matrimonio, y entenderán a dónde nos quiere llevar... Por cierto, ¿les he dicho que el autor del artículo, y director de la web en cuestión, es un sacerdote secularizado?
Pues, ya puestos, tengo para el director de esta web, cuyo nombre he omitido, una noticia más, otro pedazo de carnaza para su estercolero digital: señor director, soy sacerdote desde hace quince años y me he enamorado, al menos, cuatro veces. Tal como lo oye, cuatro veces. Lo peor –o lo mejor– es que no estoy seguro de haberlo superado ni de estar arrepentido.
Se lo he dicho siempre a mi confesor, pero ahora se lo digo también a usted y a quien lea estas líneas: me he enamorado locamente, pasionalmente, arrebatadoramente de Jesucristo, de la Iglesia, del sacerdocio y también –mi peor pecado– del celibato sacerdotal. A este último lo amo con todas mis fuerzas, porque sin merecerlo lo he recibido como un don y he encontrado en él el camino del amor más grande: el de quien da su vida por sus amigos... Hasta por usted, señor director de la web. No soy un ángel, y quizá por eso no me van los rumorcillos de sacristía. También por eso, mi celibato no es pacífico: me cuesta luchas, batallas y zozobras que doy por las mejores empleadas de mi vida, para defender a capa y espada este regalo de Dios. No soy –siento decepcionarle– un reprimido ni un castrado. Nunca me ha gustado reprimir ni mutilar: lo que me pone, se lo aseguro, es ofrecer y consagrar. Lo hago con el pan, con el vino, y lo hago también con mis afectos y pasiones. Me encanta; me produce un placer espiritual tan enorme que me hace sentirme muy libre para amar a diestro e incluso a siniestro y a siniestros como algunos. Y no concibo, desde luego, el celibato sin una intensa vida de oración que le dé sentido y lo refuerce con la ayuda de la gracia. Por eso, en ocasiones, me ha dado por pensar que los casos de sacerdotes que han renegado de este don son, en realidad, casos de sacerdotes que un día dejaron de rezar.
El verdadero problema en la Iglesia, más allá de ciertas aberraciones, es el de cristianos, sacerdotes y periodistas que no rezan, que no se confiesan, que no tienen vida interior. Pero de eso se habla poco en su web... En fin, señor director de la innombrada web, que ahí le dejo, por si quiere añadirlo a su colección de “curas raros”, a este sacerdote cuatro veces enamorado y pertinaz en su romance. ¿Le sirve"
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