Girona, 14 de septiembre de 2010 | Cartas al Director |Jesús D Mez Madrid.
Pienso, Sr. Director, que en el ámbito ético, hablar de dignidad humana es como entrar en un terreno resbaladizo; el deseo de avanzar en algunas investigaciones, por ejemplo en la genética o el desarrollo, va difuminando este concepto. Me parece que en este aspecto, la Iglesia confía a los laicos la difusión de la luz del Evangelio en la sociedad, también en la política y, como institución, no impone la fe sino que ofrece un servicio: ayuda a purificar la razón, a que ésta haga su trabajo de manera más eficaz. Por ejemplo, la ley natural no es un código de reglas precisas que se deban transformar en leyes sino unos principios mínimos, que constituyen el núcleo fuerte en las normas legales, y uno de ellos es precisamente la dignidad humana. La fe cristiana puede dar una explicación trascendente de la dignidad humana, que se deriva de que el hombre es imagen de Dios. Si falta el fundamento trascendente de la dignidad humana, ésta se hace manipulable.
Los cristianos, con todo este bagaje activo de convicciones, deberíamos ser como un sismógrafo de la injusticia social, tengo la sensación que, desgraciadamente, no siempre lo somos.
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