SALT (Girona), 17 de enero de 2011 | Cartas al Director | Jesús Martínez Madrid
Se está dando una gran contradicción entre religión y derechos humanos especialmente en el mundo islámico. Un caso claro es que el Gobierno de Mubarak se ha sentido molesto porque el Papa ha pedido a los dirigentes musulmanes un esfuerzo por garantizar la libertad religiosa y, por ende, para proteger a la minoría cristiana, después de las últimas matanzas en Bagdad y Alejandría.
Lo que ocurre es que pese a mantener a raya al movimiento integrista de los “Hermanos Musulmanes”, Mubarak tiene miedo a enfrentarse a ellos en el campo estrictamente religioso. Este miedo se extiende en la práctica a la mayoría del mundo islámico donde se niega la libertad religiosa como un derecho fundamental, al extremo de castigar duramente las conversiones. La violencia de los integristas nace de esa negación amparada por la ley islámica. Y cuando algún dirigente político, como ocurría con el gobernador del Punjab, tiene el valor de oponerse a los fanáticos, lo paga con su vida. El miedo a los predicadores fanáticos se ha convertido en la regla de oro de la convivencia y así será mientras no se produzca una profunda reforma basada en lo que el Papa no cesa de repetir: que nadie puede matar utilizando el nombre de Dios.
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