Girona, 10 de abril de 2011 | Cartas al Director | Pedro J. Piqueras Ibáñez
Pasados seis años desde la proclamación de Benedicto XVI es buen momento para hacer balance sobre un pontificado que se desarrolla en circunstancias particularmente complejas para la Iglesia. El cardenal Joseph Ratzinger sucedió a un Papa excepcional, Juan Pablo II, de quien fue estrecho colaborador. En contra de algunas opiniones interesadas, el Papa actual ha sabido desarrollar un proyecto propio basado -entre otros elementos- en el protagonismo de los católicos en la vida pública, la dimensión ecuménica de la Iglesia y el diálogo entre la fe y la razón, a partir de sus reconocidas cualidades como teólogo y filósofo del máximo nivel. Benedicto XVI está muy lejos también de la etiqueta de “ultraconservador” que algunos pretenden colocarle como una descalificación absoluta. Muy al contrario, sus encíclicas y discursos, así como las líneas generales de su actuación, ofrecen una visión novedosa para adaptar el mensaje de Cristo a la realidad del mundo contemporáneo, siempre desde una mentalidad abierta para interpretar los desafíos de nuestro tiempo desde principios éticos inequívocos. El Papa sabe que el relativismo moral es un mal que es necesario combatir con el máximo rigor intelectual y con un profundo sentido de la verdad universal que proclama la Iglesia. Tal vez sea este último aspecto el que más incomprensión encuentra entre los ambientes laicistas más radicales.
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