martes, 7 de febrero de 2012

EL NEOLIBERALISMO EN LOS PARTIDOS POLÍTICOS

Canarias, 07 de febrero de 2012 / Artículo de Opinión / Xavier Aparici Gisbert (*)

Termina de concluir el último congreso del PSOE, una de las fuerzas políticas con mayor influencia en el gobierno de nuestras instituciones públicas y con más poder en las distintas administraciones del estado. Aunque estos congresos se promocionan dentro y fuera de las organizaciones partidarias como el mayor ejercicio de democracia y participación de “las bases”, lo cierto es que el alcance de las políticas de renovación y los nuevos líderes que van a aplicarlas, hace tiempo que resultan predecibles.

De hecho, en el último congreso de “los socialistas” ha resultado elegido como nuevo secretario de organización el candidato previsible, un veterano integrante de las élites del partido, hombre de confianza del anterior secretario general y destacado ministro de los dos últimos gobiernos de la nación, ampliamente cuestionados por la gestión y orientación social que tomaron ante la crisis económica que padecemos. Este nuevo líder orgánico fue uno de los más destacados miembros esos ejecutivos y, aún así, fue elegido por esta organización como candidato a presidente de gobierno en las últimas elecciones generales, cosechando uno de sus peores resultados. Con todo, aunque por una exigua mayoría, han sido él, sus propuestas y su gente los elegidos para solucionar los errores y desaciertos de la última ejecutiva, esa de la que este ciudadano era un reseñado miembro. Tampoco hay que olvidar que la persona que, en esta ocasión, competía con él por el cargo, también era miembro de las élites del partido, también gozaba de la confianza del anterior secretario general y también era destacada ministra de los dos últimos gobiernos nacionales, previos a la debacle electoral.

Cosas similares ocurren en el otro gran partido, el de “los populares” y, en muchas organizaciones políticas, sindicales, patronales o sociales, este estado de cosas empieza a ser normal: los dirigentes, hagan lo que hagan, se perpetúan y los cargos en los órganos de mayor poder se intercambian entre quienes están próximos a esos jerarcas. Y todo ello, además, realizándose elecciones y votaciones.

Parecería que se habría cuadrado el círculo de conseguir, a través de la democrática, la consolidación de un gobierno virtuosamente aristocrático, el de los mejores. Parecería, pero no, pues, a estas alturas del conocimiento de las dinámicas sociales, ya se sabe que los líderes son más carismáticos y necesarios en proporción directa a lo desposeída y alienada que esté la ciudadanía que los cree. Que son un asunto más de promoción mediática que de excelencia personal. Y que el poder y la riqueza no son, casi nunca, el adorno de la virtud sino, muy a menudo, el botín de la corrupción.

Que quienes están en las alturas del poder político, económico e institucional, no sean destituidos ni se renueven, sino es por causa judicial muy grave o por ineludible relevo generacional, es algo que con sus valores darwinistas y egoístas ha promocionado el neoliberalismo. Y estas prácticas no son ni nuevas, ni liberadoras, muy al contrario, se alimentan del viejo autoritarismo político y del no muy reciente cinismo social. Estas concepciones del poder, antaño se llamaban dictatoriales y, ahora -como el sociólogo Colin Crouch-, se llaman posdemocráticas, pero, en todo caso, comportan una corrupción de los fundamentos y las finalidades de lo democrático.

El filósofo rey, la pretensión platónica de que el que más sabe debería gobernar la comunidad, era una peligrosa quimera ya cuando fue concebida. Lo contrario, el rey filósofo, la presunción de que quien manda debe de ser porque se lo merece, en un mundo injusto y despiadado como el nuestro, es una contradicción en términos. Despertemos, que no hay salvadores. O nos salvamos juntos, o no hay quien nos salve.

(*) Filósofo y Secretario de Redes Ciudadanas de Solidaridad.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com.

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