“Es importante subrayar que el suicidio es un acto morboso, decadente y cobarde”, declaró el director de cine alemán Oliver Hirschbiegel.
Madrid, 28 de febrero de 2012 / Artículo de Opinión / Clemente Ferrer
Japón es el país con el índice más elevado de inmolaciones del mundo, con más de 35.000 suicidios cada año. En el país del sol naciente, una persona se quita la vida cada 15 minutos.
A través de Internet, los llamados “pactos de la muerte colectivos”, se están convirtiendo en una epidemia entre los jóvenes japoneses.
El primer suceso tuvo lugar en la localidad de Minano, próximo a Tokio. Dentro de un automóvil se encontraron los cadáveres de cuatro chicos y tres chicas que habían inhalado monóxido de carbono, más conocido entre los nipones como “la muerte dulce”. Posteriormente, seis jóvenes acabaron con su vida, también de forma colectiva, en Fukuoka, en el extremo sureste.
En el último informe de la Agencia Policíaca Nacional japonesa señala que, cerca del 72% de los suicidios fueron cometidos por hombres, y las principales razones fueron depresión y problemas financieros.
Japón aprobó la Ley Básica para la Prevención del Suicidio, que ha cambiado la percepción del suicidio; de ser un asunto personal a un problema social. Financia programas para educar a los aborígenes sobre el suicidio y ayuda a aquellos que corren el riesgo de cometerlo.
Vivimos en una cultura de la muerte aunque esté oculta tras los ropajes del consumo y del bienestar. Basta profundizar un poco para que esta indigencia moral se presente tal como es, con un egoísmo feroz, una violencia agresiva y el poco respeto por la vida, que es un don divino. Todo ello aliñado con los mejores ingredientes hedonistas y materialistas que nos llevan a un estado de naturaleza donde todo está permitido, donde no existe el más mínimo referente moral.
Por lo tanto, hay que contraponer una “cultura de la vida”, localizada en el regazo de la familia, frente al “imperio de la muerte”. Estamos viviendo en una cultura de la muerte pero, a través del amor, se está convirtiendo en una cultura de la vida, afirmó monseñor Groninger al L'Osservatore Romano.
“El mayor de los delitos es el suicidio, porque es el único que no tiene arrepentimiento”, concluyó el escritor Alejandro Dumas.
(*) Presidente del Instituto Europeo de Marketing
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