viernes, 17 de agosto de 2012

LAS HUELGAS DE HAMBRE


Málaga (Andalucía), 17 de agosto de 2012 / Cartas al Director / Pepita Taboada Jaén

Sr. Director:

La lógica del que comete un delito se presenta así: Primero intento salirme con la mía aunque esté penalizado por la ley, y segundo, si me cogen y me castigan, me mato. Con este sistema, mientras el delincuente está en libertad domina la situación y sigue cometiendo impunemente delito tras delito y si lo encierran hace indirectamente culpable a la justicia que le deja morir tras una huelga de hambre con la que pretende conmover a la opinión pública convirtiéndose en víctima o héroe con aureola de sacrificio incluida.

La huelga de hambre no es más que un chantaje, un sistema de pataleo cuando se presume que legalmente no hay lugar para el indulto.

El terrorista, el delincuente, autores de crímenes o cualquier otro delito, barajan dos posturas contradictorias: la agresividad y el perdón. Son agresivos y no sienten piedad de sus víctimas cuando están en libertad de movimiento, pero cuando la justicia pretende castigar esos delitos, exigen el perdón y la piedad que han negado a sus inocentes víctimas.

Los sentimientos no deben ser los artículos del juzgador a la hora de determinar la culpabilidad del que ha vulnerado la ley. El delincuente acude al chantaje de la huelga de hambre y sus seguidores realizan una especie de montaje para presionar a la opinión pública y debilitar el fallo condenatorio que ha merecido la actuación del acusado.

No se dilucida en un juicio el coraje, el valor, o el “heroísmo” de estas personas, sino saber si merecen o no el castigo según las leyes en vigor, sin dejarse presionar por posibles amenazas del entorno.

La auténtica justicia debe estar por encima de sentimientos para así equilibrar la balanza; un rostro demacrado por la falta de alimento o un lloriqueo enternecedor no son los mejores medios para eludir una sentencia de culpabilidad.

Rara vez  un huelguista de hambre llega hasta  el fin en su propósito, pero si el suicidio se cometiera –siempre que la condena o el encarcelamiento fuesen justos- tampoco equivaldría esa muerte como una absolución de su crimen.

“Dura lex, sed lex” que decían los romanos. Si no ¿para qué la queremos?

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