Girona (Cataluña), 12 de enero de 2014 / Cartas al Director / Pedro J. Piqueras Ibáñez
Ante la situación que ciertos movimientos, teóricamente progresistas, están creando con relación al derecho a la vida de los más indefensos, yo me pregunto: ¿Pero cuál es la razón de fondo de todo esto? Opino lo siguiente: los seres humanos venimos al mundo porque se reunieron todas las condiciones para que fuera posible y, además algunos pensamos que por que Dios así lo quiere, y para que no se nos olvide, se ha grabado en cada uno de nosotros, -blanco, negro o amarillo- un sello indeleble que es la ley natural: “Busca el bien y aléjate del mal”. Y nos ha puesto como un fuerte timbre en nuestro interior que se llama conciencia que nos avisa cuando nos salimos de esa regla. ¿Pero qué ocurre con algunos de nosotros? Pues que para no oír el timbre (el principio natural), echamos toneladas de basura encima. En ese momento, ya todo vale y perdemos nuestra dignidad dejando de ser humanos y nos comportamos como he descrito.
Que no se olvide: la ley natural es para todo ser humano que viene al mundo, sea posteriormente cristiano o no creyente. Y en último lugar, pero pienso que es la causa más importante, es que en España muchísimas personas que recibieron en su día la gracia incomparable del Bautismo y por tanto son cristianos, de hecho viven como si Dios no existiera. Han dejado de pensar en Él; no tienen en cuenta sus mandatos y su ayuda constante cuando se la pedimos humildemente. Han olvidado que es un Dios que “perdona” y que ha dado su vida por nosotros en la cruz y que no nos abandona nunca. Y, por tanto, cuando se plantean estos problemas, propios de nuestra fragilidad casi siempre, en vez de pedir ayuda a Dios para respetar esa vida que está llamando a su puerta, y criarla y amarla, acuden al médico innoble que la elimina. En resumen, amigos, hemos acabado un Año de la Fe, proclamado por el Papa Benedicto XVI. Sin duda es la perdida de Dios una de las causas de que cometamos tantas atrocidades como pedir sea derecho humano matar al humano más indefenso e inocente.
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