Málaga, 28 de octubre de 2011 | Opinión |Jorge Hernández Mollar (*)
Una reciente encuesta del Parlamento Europeo revela que existe una tendencia hacia una fuerte polarización de la opinión pública europea en las cuestiones más relevantes que se están planteando como consecuencia de la crisis económico-financiera que azota principalmente a Europa y a los EEUU. Esa polarización se produce en gran parte por el desconocimiento generalizado de sus instituciones y la desconfianza hacia un proyecto común europeo cada vez más anquilosado.
Sin embargo la mayoría de los ciudadanos se sienten muy preocupados por los efectos de la crisis sobre su situación personal. En España, por ejemplo, estamos ya percibiendo un creciente empobrecimiento de la sociedad: familias con todos sus miembros en edad de trabajar en paro; los salarios claramente insuficientes para afrontar los gastos más primarios; los pequeños y medianos empresarios impotentes ante su incapacidad económica para mantener sus negocios y puestos de trabajo y lo que es peor aún una fuerte desconfianza hacia los dirigentes políticos en general que son los llamados a gestionar la grave crisis que padecemos; Italia parece seguir los mismos pasos y Grecia se consume en la hoguera de su ruina económica.
Europa se encuentra en la mayor encrucijada desde la segunda guerra mundial. Los grandes avances de la construcción europea hasta la puesta en marcha del euro, se ven hoy desbordados por una flagrante incapacidad de los actuales líderes para imponer a los Estados miembros unas reglas comunes de juego en el ámbito económico y fiscal. Los europeos se manifiestan cada vez más pesimistas sobre la duración de la crisis y una buena parte demanda más europeísmo en las conductas y actitudes de los gobernantes europeos, en el funcionamiento de sus instituciones y en la coordinación de sus políticas.
Los ciudadanos en general, se sienten agobiados, no solo por su situación personal sino también por la dimensión que ha adquirido la crisis. El crack inmobiliario, el impresionante volumen de deuda de los Estados, las astronómicas y mareantes cifras que se están manejando para recapitalizar las entidades financieras y la colonización económica y cuasi-política a la que nos ha sometido Alemania y Francia, hacen cada más difícil la comprensión de la gravedad del problema, hasta el punto que su solución excede ya de las propias estructuras de poder de los Estados.
Las actuales autoridades monetarias internacionales como el FMI, el Banco Mundial, la Reserva Federal de los EEUU o el mismo BCE de la UE están dando palos de ciego sobre los diagnósticos y las medidas a acometer para poner un poco de orden en un sistema que, desde un liberalismo económico sin reglas y sin una supervisión efectiva, hace aguas como consecuencia de la desestabilización del sistema monetario mundial.
La cadena tradicional de “ahorro-inversión-producción-consumo”, se ha roto porque la mundialización de la economía y la especulación salvaje, ha hecho alejarse cada vez más al sistema financiero de la economía real. Se ha penalizado el ahorro con un bajo rédito y una fiscalidad excesiva, la inversión se ha dirigido hacia una desmedida especulación favorecida por la aplicación de las nuevas tecnologías en el campo de las finanzas que han sobrepasado todas las fronteras y, por otra parte, la producción de bienes y servicios se ha descompasado de la actividad financiera.
Se ha roto también el mapa de los países desarrollados, emergentes o en desarrollo. China, Brasil o la India países en crecimiento de un 7 o 7,5%, muy por encima de los mal llamados ya “países desarrollados”, son quienes ahora tiran de la economía mundial. Estados Unidos y la Unión Europea no encuentran el camino de su recuperación y su modelo económico-financiero y social, está demostrando su agotamiento e incapacidad para atender las demandas de los ciudadanos y servir al interés general y bien común.
Se ha desequilibrado el mundo de la técnica, de las tecnologías y el de la formación humanística, de los valores, de la ética o de la moral. La codicia y el enriquecimiento sin límites se han convertido en un “estilo de vida” disparatado y que está causando un auténtico escándalo entre la ciudadanía: millonarias indemnizaciones a directivos de entidades financieras en quiebra, corrupciones de políticos al más puro estilo mafioso…, se impone, pues, una reeducación a fondo de las conductas en el ámbito de lo privado y lo público.
Sobran hoy, pues, individualismo, interés particular, egoísmo en detrimento de la solidaridad y el bien común que son reglas que deberían inspirar también la actividad económica y financiera de nuestras sociedades: “Por el reconocimiento de la primacía del ser respecto el del tener, de la ética respecto a la economía, los pueblos de la tierra deberían asumir como alma de su acción, una ética de la solidaridad, abandonando toda forma de mezquino egoísmo, abrazando la lógica del bien común mundial que trasciende al mero interés contingente y particular” (Nota del Consejo Pontificio Justicia y Paz sobre una reforma del sistema financiero y monetario internacional).
(*)Ex parlamentario nacional y europeo PP
No hay comentarios:
Publicar un comentario