Cáceres (España), 23 de octubre de 2014 / Cartas al Director / Juan García Rodriguez
“La Iglesia la formamos pecadores que experimentamos cada día las propias fragilidades y las propias miserias. Sin embargo, la Iglesia es ‘una’ y ‘santa’, como afirmamos en el Credo”, explicó el Obispo de Roma en la Catequesis del miércoles, 27 de agosto. La Iglesia, prosiguió, es una porque tiene su origen en Dios uno y trino, misterio de unidad y de comunión plena y es santa porque está fundada en Jesucristo, animada por su Santo Espíritu, colmada de su amor y salvación. Francisco manifestó que “la experiencia nos dice que son muchos los pecados contra la unidad. A veces nuestras parroquias, llamadas a ser lugares de comunión para compartir, son tristemente marcadas por la envidia, los celos, las antipatías…Y las habladurías están en la boca de todos. Pero esto ¡no es la Iglesia! Esto no se debe hacer. Es humano, ¡pero no es cristiano!
Esto sucede cuando apuntamos a los primeros puestos; cuando nos ponemos en el centro, con nuestras ambiciones personales y nuestras formas de ver las cosas, y juzgamos a los demás; cuando nos fijamos en los defectos de los hermanos, en lugar de sus cualidades; cuando damos más importancia a lo que nos divide en lugar de aquello que nos une, afirmó. Por esto el Papa instó a hacer un serio examen de conciencia. “En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque la hace signo no de la obra de Dios, sino del diablo que por definición es aquel que separa, que arruina las relaciones, que insinúa prejuicios –manifestó-. Dios, en cambio, quiere que crezcamos en la capacidad de acogernos, de perdonar y de querernos bien, para parecernos cada vez más a Él, que es comunión y amor. En esto está la santidad de la Iglesia: en el reconocerse a imagen de Dios, colmada de su misericordia y de su gracia”. Acabada la primera parte del Sínodo de la Familia y después de ver como se ha desarrollado, parece que estas palabras se pueden interpretar en clave.
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