Valsequillo, 18 de febrero de 2012 / Artículo de Opinión / Juan Carlos Hernández Atta (*)
Cuentan las crónicas de la Conquista que en la isla de Esero (El Hierro), había un árbol que garantizaba el sustento de los vecinos y de sus ganados, porque sus hojas destilaban agua día y noche. Aquel árbol, que estaba en el término que los aborígenes llamaba Tigulahe, lo llamaban Garoé o Árbol Santo.
Al leer las Crónicas, no puedo evitar establecer muchos paralelismos entre aquel árbol y el almendrero (así lo llamamos en Valsequillo). El almendrero también es fuente de vida. Desde que nace hasta que muere nos regala su fruto, nos cobija con su sombra, engalana nuestras laderas, riscos y barrancos cada invierno con su manto blanco y rosado, y nos da calor con su leña cuando se seca la sabia que corre por sus venas.
Hace unos días, mientras nos echábamos un vaso de vino y una tapa de queso de mezcla, mi amigo José Miguel López “Pipo” me contó cómo la historia de su vida ha estado siempre vinculada al almendrero.
“Recuerdo que, siendo niño, de camino a casa de mi abuelo, partía las almendras para comer porque, en aquella época, comíamos cuando podíamos y no cuando queríamos. Eso sí, fruto de la experiencia y de más de una almendra amarga, ya sabíamos de qué árbol teníamos que comer y cuáles debíamos dejar atrás.
¡Quién no recuerda aquellas almendras con pan, que para nosotros era el mejor de los manjares!
Y es que de niño, uno era un medio recolector, que de camino a casa de mi abuelo, comía almendras, pero también higos, ciruelas, albaricoques y todo lo que nuestra bendita tierra nos regalaba. Nuestra Madre Tierra, que parecía conocer cuáles eran nuestras penurias, nos brindaba sus mejores frutos para aplacar el hambre.
Pero nuestros Almendros también cumplían una función social que hoy, cuando echo la vista a atrás, la recuerdo con mucha nostalgia. Entorno a nuestro árbol se reunían las familias y los vecinos. Un rancho de gente que, siempre de forma solidaria, y poniendo en práctica aquello de “hoy por ti, mañana por mí” se echaban una mano para recoger las almendras. A veces me pregunto si no tendríamos que recuperar un poco de aquel espíritu solidario, sobre todo, en los tiempos que corren.
Terminada la apañá de la almendra, y como no teníamos máquinas, llegaba el momento de la espipitá. ¡Quién no recuerda aquellos Aires de Lima, que entre convite y convite, se oían desde lejos! Entorno al almendrero y a su fruto compartíamos trabajo, pero también alegría.
Del almendrero se aprovecha todo, porque terminada la espipitá, las cáscaras no se tiraban. ¡A mi abuelo Miguel le hubiera dado algo! Era panadero y, a veces, me parece que todavía le veo, subido a su burro, camino de Las Vegas, para ir a buscar las cáscaras de la almendra, el mejor combustible para el horno con el que hacía el pan, porque mantenía el calor durante mucho tiempo.
Todavía recuerdo, como si fuera hoy, aquella habitación donde mi abuelo almacenaba montañas y montañas de cáscaras de almendra, y cómo entre amasijo y amasijo de pan, me tiraba encima de las cáscaras y margullaba en busca de alguna pipita que se hubiera quedado atrás.
Incluso cuando el almendrero llega a su recta final, continúa dándonos vida y calor, porque su leña es la mejor para alimentar la lumbre que nos mantenía calentitos o para transformar la harina en pan. Mi padre, que también era panadero, siempre decía que la leña del almendrero era la mejor para hacer el pan, porque le daba un aroma especial, que aún recuerdo.
El almendrero es un árbol de vida, un árbol de amistad, un árbol de unión, un árbol de riqueza y un árbol de amor, porque en la fiesta de Tejeda, hace ya unos añitos, le di el primer beso a la que hoy es mi mujer. Estudiábamos Magisterio por aquel entonces, y la invité a la Fiesta de Tejeda. Aquel fue el primer capítulo de una historia que todavía hoy continuamos escribiendo, quizás porque el almendrero fue quien nos unió”.
Parte de esta historia de mi amigo Pipo dio vida al pregón de la Fiesta de Tejeda del año pasado. Quería compartirla con ustedes porque cuando leo que nuestros almendros son considerados una “especie invasora” que es necesario erradicar, se me sobrecoge el corazón sólo de pensar que estemos pensando en ejecutar a un árbol que durante tantos años sólo nos ha dado vida.
Una decisión adoptada en un despacho de Madrid, con la connivencia de la Viceconsejería de Sostenibilidasd del Gobierno de Canarias y, para mayor esperpento, por parte del Ministerio de Medio Ambiente.
(*) Presidente de Asamblea Valsequillera (AV)