SALT (Girona), 10 de septiembre de 2011 | Cartas al Director | Jesús Martínez Madrid
La globalización es un hecho, la sociedad actual está abocada a ella, pienso que es irreversible y, por tanto, hemos de saber convivir con ella. El problema es que se está produciendo con una aceleración inusitada, imparable, y con riesgos y con posibilidades, si se acierta o no a fijar sus parámetros y límites de su propio ámbito. Y sobre todo -siguiendo el pensamiento de Juan Pablo II-, si se reconduce a la solidaridad.
La tecnificación, los medios y servicios de la información, cualificarán o harán más viva la interdependencia entre los hombres, las economías o las culturas. Y en eso sólo será viable si hay correspondencia con los valores o soportes que en esa interpenetración. Que no sólo será sólo de “cosas” o de “productos”, sino de actitudes y de respuestas al ser-sí-mismo del hombre. También Max Scheler preguntaría por cuál sería el “puesto del hombre en el mundo”, y en una sociedad globalizada.
Hay un camino que modula o modera siempre la sociedad: es la educación. Porque refuerza no ya el hecho de un estar el hombre en sociedad, sino porque le hace ser y sentirse persona. Y en esto, siempre habría de contarse con la educación, que es algo más y distinto de tener información, aunque esto sea siempre una ayuda, o presupuesto. Existe, de otro lado, otra apoyatura fundamental, que es la vida familiar. No debiera presentarse como contrapuestas o contradictorias, vida familiar y globalización. Sin aquéllas, la posibilidad de solidaridad o de creación de valores es prácticamente imposible. Además, porque la familia es escuela natural de valores y de resortes sentimentales y creadores, al mismo tiempo que pueden tamizar o rectificar las desviaciones o riesgos. Volver a potenciar a la familia, es situarla fértil en una sociedad globalizada, rica en solidaridad y libertad, y justicia creadora. Los siete años de socialismo han supuesto un desgaste en lo familiar increíble.
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