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viernes, 25 de julio de 2014

CONTRA LOS ANIMALES

Barcelona (Cataluña), 25 de julio de 2014 / Artículo de Opinión / Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.
Lo de la humanidad civilizada consigo misma es deplorable. Tras las pátinas de ilustración y sensibilidad que se arroga, nuestra civilización a lo que se aplica, con alienada fruición, es al auto exterminio armado y la explotación económica, más sistemáticos e inmisericordes de la historia. Espoleada por toda la tecnología disponible, intoxicada como está por el culto al dinero, se precipita a un ocaso humanitario y ecológico inusitado. Lo de la humanidad civilizada con los animales, tampoco tiene nombre. Lejos de liberarse de concepciones atávicas sobre el resto de la naturaleza animada, la cultura carnívora se caracteriza por una enorme desconsideración al conjunto de los animales de que se sirve o que, simplemente, se cruzan en su camino. A los animales los seguimos matando por deporte y por gusto. Les destruimos sus hábitats y los extinguimos a mansalva sin el mínimo comedimiento, ni pudor. Y, desde luego, nos los comemos: salvajes y criados, crudos y cocinados.
Aunque es altamente insostenible pescarlos hasta el colapso, como en el caso de la fauna marina, o criarlos domesticados industrialmente, ya que, solo en emisiones de metano, provoca un notable efecto invernadero atmosférico; aunque el alimento para las bestias que nos comemos es producido en feroz competencia con la producción agroalimentaria que necesitan los propios seres humanos y; aunque, todo ello, se lleva a cabo, sin la mínima piedad y eficiencia, no solo no ponemos sentido y prudencia al modo de alimentarnos, nos regodeamos en él. Así, comer hamburguesas de carne de rumiantes es una de las actividades más valoradas de las juventudes occidentales. Y beber la leche de vacas -destinadas a la producción de lácteos de un modo que su promedio de vida es de un tercio de que se las crían para carne- es considerado de lo más agradable y sano que puede consumir las familias en nuestra dieta, desaforadamente, lactófila.
Como es notorio, además de comernos a los animales, en proporciones y condiciones insanas, también nos vestimos con sus pieles y plumas y nos calzamos con sus cueros. Solo muy pocos de ellos nos sirven para expresar nuestros afectos, principalmente, gatos, perros, pájaros y caballos, que son nuestros animales de compañía y recreo. En ello, nos reencontramos con nuestra empatía animal y podemos practicar el cuidado y el disfrute entre especies. Eso sí, según nuestras incuestionables condiciones. Ahí están las gateras, perreras, jaulas y establos para demostrarlo. Y la trastienda de esa relación de atención no alimentaria con los animales domésticos, también, resulta, en demasiadas ocasiones, espeluznante: desde el abandono por incomodidad, al trato vejatorio como norma; desde el exterminio por perder encanto o habilidad, a la neurótica desnaturalización de sus condiciones de existencia.
Pues bien, al menos en el caso de los perros que viven en ambientes urbanos en las ciudades de nuestro Estado, la obviedad de que son seres que requieren de aire y de espacio libres para ejercitarse y hacer sus necesidades, aún no está adecuadamente reconocida por las administraciones. Más allá de la evidente responsabilización de los dueños en términos de evitar peligros y molestias por agresiones, enfermedades contagiosas, parásitos y defecaciones, todavía es una cuestión pendiente que el lícito amor a los animales deba incluir espacios públicos suficientes para su asueto y expansión. Aún estamos, de mil maneras, contra los animales. Y, forzados a ello por las élites de poder, de modo principal contra nosotros y nosotras mismos. ¡Panda de engreídos caníbales!
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com