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sábado, 18 de abril de 2015

EMPRENDER EN EJERCER DE ADULTOS

Las Palmas de Gran Canaria (Canarias), 18 de abril de 2015 / Artículo de Opinión / Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.
En ocasión de la reciente celebración del día mundial de los servicios sociales, los profesionales del sector han vuelto a denunciar la enorme regresión que padece nuestra sociedad en materia de cumplimiento de los derechos humanos más básicos. La profunda crisis política y económica que soportamos tiene su más cruenta expresión en el desamparo social que se extiende entre la población. La justicia social se está reduciendo a un asunto de beneficencia y la mayoría de los trabajos que se crean ya no permiten ni eludir la precariedad económica.
La degradación de los sistemas democráticos y financieros que ha provocado esta situación ha sido obra de las actuales élites de poder y ha resultado posible porque han podido actuar con casi total impunidad y una oposición minoritaria. Mientras se procedía a desmantelar el Estado de derecho social y democrático y se extremaba la dualización económica, la sociedad civil “miraba para otro lado”. Gran parte de la responsabilidad en el estado de cosas en el que nos encontramos está, por ello, en las propias víctimas que han renunciado al protagonismo cívico que exige un sistema de convivencia democrático y solidario, entregándose a un remozado “Pan y Circo” de baratijas y comida basura y de folletines televisivos y omnipresente fútbol.
Por todo ello, urge dejar de comportarnos como incapaces de asumir los riesgos y oportunidades del momento presente. Los Derechos Humanos son la ineludible guía de cualquier contrato social humanitario y la gente de a pié no somos la “chusma”, somos la ciudadanía soberana. Si aspiramos a reinstaurar la libertad, la igualdad y la fraternidad precisas para ser ciudadanos y ciudadanas autónomas y solidarias, debemos involucrarnos, personal y comunitariamente, en los asuntos sociales, políticos y económicos.
Hay mucho que hacer y múltiples ámbitos donde llevarlo a cabo. Las asociaciones sin ánimo de lucro y responsabilidad social precisan de asociados y de voluntarios; las organizaciones políticas alternativas necesitan de militantes y de ciudadanía crítica; las empresas de economía social requieren de socios y de clientes conscientes y comprometidos. Es ya el momento de hacernos cargo de nuestra condición adulta en lo social, en lo político y en lo económico, pues la democracia, si no se controla y participa, queda reducida a mero electoralismo manipulado y demagógico.
Las siguientes generaciones se encontraran con “otro mundo posible”, solo si los actualmente vivos asumimos el reto de dejar de ser llevados por quienes solo se acuerdan de la sociedad para oprimirla y explotarla. El tiempo actual de la humanidad es extraordinario en muchos aspectos: estamos sometidos a un crecimiento demográfico excesivo, a tensiones bélicas mayores, a una enorme rapiña económica y a un  peligrosísimo colapso ecológico. Todo ello, a la vez que la conciencia cosmopolita y solidaria se extiende por todo el mundo y las tecnologías sutiles y sostenibles emergen con inusitada potencia.
Nunca el viejo orden había resultado tan caduco y peligroso y el nuevo mundo había sido más lúcido y prometedor. Es nuestro momento, emprendamos en ejercer nuestras capacidades de adultos libres, equivalentes y, mutuamente, responsables.

Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.
http://bienvenidosapantopia.blogspot.com

jueves, 16 de abril de 2015

EL NO TAN NUEVO ENEMIGO DE LA LIBERACIÓN, (A partir del artículo de Joaquim Sempere “Acotaciones sobre los orígenes del Neoliberalismo”).


Las Palmas de Gran Canaria (Canarias), 16 de abril de 2015 / Artículo de Opinión / Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.
Desde la consolidación de las jerarquizadas y beligerantes primeras Ciudades Estado, la historia social de la humanidad ha puesto de manifiesto, en lo que atañe a las circunstancias de vida de las poblaciones, dos dinámicas antagónicas: la involución en las condiciones de explotación y opresión de la mayoría de la sociedad, frente al progreso hacia la solidaridad y emancipación generales. Las luchas por restringir o extender los niveles de dignidad y poder han caracterizado múltiples periodos del pasado y los conflictos ocasionados por estos anhelos están aún omnipresentes en múltiples disensos sociales dentro de las naciones y entre ellas.
Desde el siglo XVIII, en el Occidente cultural se produjeron sucesivos movimientos de liberación, en parte, propiciados por la consolidación del dualismo religioso en los espacios compartidos por los más poderosos países de Europa. A esta primera fractura de la visión teocrática del poder social, que permitió con el tiempo que la religión pasara a ser un asunto particular y no del estado, le siguieron otras más. La crisis de las monarquías y la emergencia de los parlamentos y las repúblicas trajeron la emancipación de la condición servil y el reconocimiento de las dignidades ciudadanas. Y, entre finales del siglo XIX y bien entrado el XX, por fin, la condición femenina dejo de ser objeto de discriminación legal. Por el camino, con una desgana escandalosa, la esclavización de unos seres humanos por otros se declaró, así mismo, oficialmente ilegítima.
La posguerra de la pavorosa segunda conflagración mundial de mediados del pasado siglo trajo para múltiples países occidentales, la consolidación de una nueva naturaleza de derechos –los sociales-, que tuvieron su expresión material en los conocidos como Estados del Bienestar y su fundamento político en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Por primera vez en la historia, los ciudadanos y las ciudadanas de a pié tenían derechos equivalentes entre sí y equiparables a las élites de poder; por primera vez, la protección de las circunstancias básicas de vida digna se universalizaban “de la cuna a la tumba”.
La alegría duro tres décadas “gloriosas”, pero, a finales de los años 70, la reacción de los más ricos -asistidos por sus grupos de presión política, social y cultural y por sus conglomerados empresariales- empezó sus labores de zapa y usurpación de los órdenes institucionales de derecho democrático: había surgido el Neoliberalismo, que -como estamos descubriendo desde la última gran crisis general- no libera nada que no sea la más inmisericorde dictadura plutocrática.
La mundialización de sus intereses avanza en la dirección de imponer, internacionalmente, un “derecho corporativo global” por encima de la legalidad institucional de los Estados, fundada en la soberanía de sus poblaciones. Vuelven a pretender, ahora a escala planetaria, que se les deje hacer, como en el opresivo siglo XIX, “libremente”, a su gusto y a sus anchas. Entonces, aquel estado de cosas trajo notables corrupciones políticas, importantes depresiones económicas y dos Guerras Mundiales. Esperemos que las nuevas cotas alcanzadas de conciencia democrática y humanitaria en el tiempo presente nos eviten esa “caída en los infiernos”, previa a la anhelada emancipación general.   
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martes, 14 de abril de 2015

SIN ÁNIMO DE INCORDIAR


Las Palmas de Gran Canaria (Canarias), 14 de abril de 2015 / Artículo de Opinión / Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.

En estos momentos de inicio de las precampañas a entidades locales y autonómicas, la larga crisis que arrastra la democracia representativa en nuestro país se está evidenciando de manera esperpéntica. El abuso de las organizaciones políticas en el control de las listas de las personas que acceden a las candidaturas y, si llegan a ser elegidas, de la capacidad de maniobra de éstas para poder expresar el poder popular en las instituciones del Estado, les ha ocasionado un enorme descrédito y el desapego ante la ciudadanía: por la frustración democrática que han provocado, la partitocracia y su expresión normalizada, el bipartidismo empiezan a hacer agua por todas partes.
Y por eso están llegando a los medios de comunicación espectáculos, debidos a las luchas por encabezar las listas y así no quedarse fuera en el reparto de poltronas, nunca vistos en cantidad y descaro. En las, hasta hace muy poco, organizaciones políticas hegemónicas, y en sus consortes habituales para asegurar la gobernabilidad en condiciones de mayoría absoluta, empieza a cundir el pánico. Tarde, muy tarde, empiezan muchos paniaguados a darse cuenta de que lo de la “clase política” es una denominación retórica y no una categoría administrativa.
Todo lo cual, se refleja hasta en los discursos de los aún gobernantes, que, un día se despachan con su consabida verborrea autocomplaciente y, al día siguiente ensayan cantos de inquebrantable adhesión a los valores de transparencia, responsabilidad y ejemplaridad políticas. Lo que haga falta para no perder el “empleo”, pues el castillo de naipes amenaza con desplomarse y dejar en la calle a múltiples redes parasitarias creadas en torno a liderazgos que se pueden transformar en humo y a mandos en plaza que se pueden extinguir, de un día para otro, tras las elecciones.
Aunque, el que de su mal muere, nadie le llore. El Estado de derecho y la democracia –mal que les pese, según a quienes- no están concebidos para dar asilo a tantos usurpadores y corruptos que hoy ven el precipicio ante sus pies. Toda una reaccionaria y descreída cultura del aprovechamiento de lo público -dinamitada por el fin de muchas de las prebendas y de los repartos de migajas que la desaforada política de recortes ha traído para casi todo el mundo- corre el riesgo de descalabrase por el hartazgo de la población ante tanta poca vergüenza y tanta ineficacia.
Lo que provoca mayor desconcierto en esta extraordinaria situación es que   en el lado de las “alternativas”, en la parte de las organizaciones que se definen más como movimientos ciudadanos que como partidos al uso y que se nos presentan como novedosas soluciones a tanto desastre, también se están dando los característicos usos y costumbres de la pelea por el crudo mandar: desde luego, con mucha menor intensidad, la falta de claridad, la ausencia de consenso, la reiteración en los personalismos y la imposición de cuotas, también están marcando los modos.
Y es que este es un tiempo crucial, en el que la hostilidad ante lo social y la irresponsabilidad hacia lo ecológico del neoliberalismo están al descubierto. Las políticas en su apoyo avanzan hacia Estados policiales e insolidarios y las economías están determinadas por el afán de acaparar de los más ricos. Detener esta involución antidemocrática y ecocida va a requerir mucho más que cambios de cara y de propuestas. Estamos ante un cambio cultural de amplio calado y a los esperpénticos aristócratas de izquierda, a los mirlos blancos alternativos y a los revolucionarios de salón -todos ellos centrados en mandar y perpetuarse- estas exigencias los están pillando a contracorriente y con el pié cambiado.
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viernes, 25 de julio de 2014

CONTRA LOS ANIMALES

Barcelona (Cataluña), 25 de julio de 2014 / Artículo de Opinión / Xavier Aparici Gisbert, filósofo y emprendedor social.
Lo de la humanidad civilizada consigo misma es deplorable. Tras las pátinas de ilustración y sensibilidad que se arroga, nuestra civilización a lo que se aplica, con alienada fruición, es al auto exterminio armado y la explotación económica, más sistemáticos e inmisericordes de la historia. Espoleada por toda la tecnología disponible, intoxicada como está por el culto al dinero, se precipita a un ocaso humanitario y ecológico inusitado. Lo de la humanidad civilizada con los animales, tampoco tiene nombre. Lejos de liberarse de concepciones atávicas sobre el resto de la naturaleza animada, la cultura carnívora se caracteriza por una enorme desconsideración al conjunto de los animales de que se sirve o que, simplemente, se cruzan en su camino. A los animales los seguimos matando por deporte y por gusto. Les destruimos sus hábitats y los extinguimos a mansalva sin el mínimo comedimiento, ni pudor. Y, desde luego, nos los comemos: salvajes y criados, crudos y cocinados.
Aunque es altamente insostenible pescarlos hasta el colapso, como en el caso de la fauna marina, o criarlos domesticados industrialmente, ya que, solo en emisiones de metano, provoca un notable efecto invernadero atmosférico; aunque el alimento para las bestias que nos comemos es producido en feroz competencia con la producción agroalimentaria que necesitan los propios seres humanos y; aunque, todo ello, se lleva a cabo, sin la mínima piedad y eficiencia, no solo no ponemos sentido y prudencia al modo de alimentarnos, nos regodeamos en él. Así, comer hamburguesas de carne de rumiantes es una de las actividades más valoradas de las juventudes occidentales. Y beber la leche de vacas -destinadas a la producción de lácteos de un modo que su promedio de vida es de un tercio de que se las crían para carne- es considerado de lo más agradable y sano que puede consumir las familias en nuestra dieta, desaforadamente, lactófila.
Como es notorio, además de comernos a los animales, en proporciones y condiciones insanas, también nos vestimos con sus pieles y plumas y nos calzamos con sus cueros. Solo muy pocos de ellos nos sirven para expresar nuestros afectos, principalmente, gatos, perros, pájaros y caballos, que son nuestros animales de compañía y recreo. En ello, nos reencontramos con nuestra empatía animal y podemos practicar el cuidado y el disfrute entre especies. Eso sí, según nuestras incuestionables condiciones. Ahí están las gateras, perreras, jaulas y establos para demostrarlo. Y la trastienda de esa relación de atención no alimentaria con los animales domésticos, también, resulta, en demasiadas ocasiones, espeluznante: desde el abandono por incomodidad, al trato vejatorio como norma; desde el exterminio por perder encanto o habilidad, a la neurótica desnaturalización de sus condiciones de existencia.
Pues bien, al menos en el caso de los perros que viven en ambientes urbanos en las ciudades de nuestro Estado, la obviedad de que son seres que requieren de aire y de espacio libres para ejercitarse y hacer sus necesidades, aún no está adecuadamente reconocida por las administraciones. Más allá de la evidente responsabilización de los dueños en términos de evitar peligros y molestias por agresiones, enfermedades contagiosas, parásitos y defecaciones, todavía es una cuestión pendiente que el lícito amor a los animales deba incluir espacios públicos suficientes para su asueto y expansión. Aún estamos, de mil maneras, contra los animales. Y, forzados a ello por las élites de poder, de modo principal contra nosotros y nosotras mismos. ¡Panda de engreídos caníbales!
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