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lunes, 29 de agosto de 2016

Las lágrimas de Brasil

Málaga (Andalucía - España), 29 de agosto de 2016 / Artículo de Opinión / Jorge Hernández Mollar - Ex Subdelegado del Gobierno de Málaga

Todo lo que en estos últimos tiempos está ocurriendo en la vida española es como un tsunami de emociones, de inquietudes o de frustraciones que están poniendo a prueba, una vez más, nuestra resistencia y fortaleza frente a nuestras endémicas debilidades que como pueblo hemos sufrido, en ocasiones trágicamente, como consecuencia de nuestras propias pasiones y contradicciones.

De aquí que lo que hemos podido sentir los españoles con el éxito de nuestros jóvenes deportistas en Brasil, ha sido como la sensación de habernos fortalecido con un complejo vitamínico para reponernos de estos tediosos meses de vorágine política, antítesis de los valores y virtudes de los que han hecho gala todos nuestros participantes en los Juegos Olímpicos que acaban de finalizar.

La preparación silenciosa y constante de todos y cada uno de los/las aspirantes a medallas, no exenta de sacrificios personales, familiares y económicos; la fe y confianza que les han inspirado sus preparadores y entrenadores; el compañerismo, su trabajo en equipo y el afán de competir han sido entre otros méritos, las virtudes y valores que han propiciado el nada despreciable logro de 17 medallas, de las que siete han sido de oro.

En siete ocasiones nos hemos conmovido junto a ellos, al escuchar  los compases del himno de España mientras se izaba nuestra bandera. Nos han dado además una buena lección de patriotismo, sin distinción de sus orígenes de procedencia: catalanes, vascos, andaluces, cántabros o de otros pueblos. Se sentían orgullosos y vertían ríos de lágrimas por su país.

Su gran mérito es haber dejado a España en el lugar que se merece. Haber demostrado también que tenemos una juventud que no se avergüenza de sus sentimientos religiosos; que es solidaria con sus compañeros que no han alcanzado el triunfo; que hacen del espíritu de equipo una fuerza imbatible y de su generosidad, perseverancia y humildad un don del que otros tendrían que tomar buena nota, para ser aplicado en otros ámbitos de nuestra vida social o pública.

Es tanto el mérito individual y colectivo de nuestros olímpicos, que es imposible referirse a cada uno de ellos para cantar sus gestas, pero sí quisiera personalizar en dos de ellos, hombre y mujer, el conjunto de cualidades que han adornado a cada uno de nuestros deportistas en esta magna competición mundial.

Rafa Nadal es ya una leyenda. Es la encarnación viva de Aquiles, héroe imaginario del magistral Homero. Su enorme capacidad física, desesperante para sus adversarios, junto al control mental de sus movimientos y emociones le convierten en un mito admirado y cantado al más puro estilo helenístico.
Ha sido un digno abanderado que ha conseguido inmortalizar sus dilatadas actuaciones deportivas y que ha representado junto a sus compañeros de  gloria olímpica como Marc López, Marcus Walz, Joel González, Saúl Craviotto o el vallista Orlando Ortega, la potencia y la inteligencia de unos jóvenes que no ponen límite a su ambición.

Mireia Belmonte, es la imagen más  auténtica de nuestra mujer del siglo XXI. Una brillante nadadora que reúne en sus brazos y piernas el empuje de una luchadora infatigable, constante, competidora y adornada además de una serena belleza que transmite a través de su sonrisa vencedora. Ella junto a Maialen Chourraut, Carolina Marín, Ruth Beitia, Eva Calvo o Lydia Valentín son el ejemplo de que la mujer es tan capaz o competitiva como el hombre sin necesidad de etiquetas.

Sería injusto olvidarme de nuestros equipos de baloncesto femenino y masculino o de gimnasia rítmica. No rendirse, ambicionar la victoria y conjuntarse sin fisuras, superando las dificultades es la clave del éxito que han cosechado. Los Juegos Olímpicos de Brasil nos han descubierto lo mejor del ser humano en un momento donde el mundo se siente convulsionado por la insensatez, la irracionalidad o la violencia.

Las emotivas lágrimas vertidas por nuestros deportistas en Brasil resumen el sentido de las palabras que el Papa Francisco dirigió al Comité Olímpico Nacional Italiano con ocasión de su centenario: “El lema Olímpico “Citius,altius,fortius” no es una incitación a la supremacía de una nación sobre otra, de un pueblo sobre otro, tampoco la exclusión de los más débiles y de los menos tutelados, sino que representa el desafío al que todos estamos llamados, no solo los atletas para asumir las fatigas, el sacrificio, para alcanzar las metas importantes de la vida, aceptando los propios límites sin dejarnos paralizar por ellos sino tratando de superarse y superarlos”,

miércoles, 17 de agosto de 2016

El tiempo y la muerte

Málaga (Andalucía - España), 17 de agosto de 2016 / Artículo de Opinión / Jorge Hernández Mollar (*)

“Se dice que el tiempo es un gran maestro, lo malo es que va matando a sus discípulos”. Esta acertada reflexión del gran compositor Héctor Berlioz viene como anillo al dedo para describir no ya el desgaste, sino la lenta pero inexorable muerte, de quienes desde el 20 de diciembre del pasado año han malgastado casi nueve meses de su tiempo en vanas e inexplicables actitudes y posturas que les están conduciendo al más absurdo de los suicidios políticos de la historia de este país.

Desde mi modesta pero dilatada experiencia de años dedicados al apasionante oficio de la cosa pública, es muy difícil entender el grado de deterioro que se ha venido produciendo en estos últimos tiempos en el quehacer político de los líderes y dirigentes de las distintas formaciones que componen el arco parlamentario español.

Mantengo la teoría de que los atentados del 11 de marzo del año 2004 marcaron una frontera que produjo una ruptura en el tradicional entendimiento entre los dos grandes partidos de centro derecha y centro izquierda de nuestra nación, a pesar de las obligadas y en ocasiones duras confrontaciones que mantuvieron desde la transición política.

España y su sociedad ha cambiado sustancialmente desde aquella horrible pero muy bien meditada tragedia. Fue significativo el salto revolucionario que supuso el acceso al poder del gobierno de Zapatero deslegitimando todo el período de la transición y reivindicando el fracasado período de la segunda república como pilares de nuestra actual democracia o su pertinaz y destructiva política autonómica al poner en entredicho la definición constitucional de nación y dando carta blanca a un Estatuto de Autonomía de Cataluña que ha sido el inicio de un continuo desafío a las instituciones del Estado con un grave debilitamiento de la unidad de España.

Si a esto le unimos su persistente ataque a los tradicionales valores de una parte de la sociedad española asentados en un Estado aconfesional sobre principios de una ética y moral católica, con el solo objetivo de sustituirlos por una ética y moral civil que impregnara a las instituciones y a la sociedad de un agresivo laicismo y anticatolicismo o su política tercermundista de alianzas internacionales además de su errática y nefasta negativa de aceptar una crisis económica de muy dramáticas consecuencias para la sociedad española, se puede entender el resultado de la esperpéntica situación política que estamos viviendo.

Bien es verdad que las frivolidades y torpezas de ZP, profesor ayudante de derecho constitucional y diputado a términis, hoy Consejero de Estado e ilustre mediador conferenciante, no deben ocultar los errores que han llevado al partido popular y al incombustible Mariano Rajoy a una pérdida relevante de apoyo de sus tradicionales votantes. Su obsesiva pero obligada priorización de su gobierno para afrontar la brutal caída del empleo y la inflexible gestión económica impuesta por la agenda europea le ha llevado a descuidar ostensiblemente otros aspectos no menos importantes de la gestión política que sería irrelevante, por conocidos, enumerar.

Las consecuencias están ahí. Una izquierda que se debate en las procelosas aguas de su indeterminación, dividida y enfrentada por su liderazgo entre un Pedro Sánchez que impresiona y aburre a los españoles por su insultante negatividad y un Pablo Iglesias que, física e intelectualmente desaliñado, ha tardado bien poco en arrastrar a su parroquia civil a los usos y costumbres de su denostada casta: rebeliones internas, corruptelas y contradicciones, oscura financiación, uso de bienes y dinero parlamentario ayer rechazables y hoy disfrutado por sus insignes diputados y senadores.

Con estos precedentes, fracturada y dividida la izquierda española, al espacio de centro derecha liderado hoy por el partido popular, no le queda otra que buscar aliados para recomponer la ansiada gobernabilidad del Estado. El todavía aprendiz Rivera, debe aplicar hoy con inteligencia y pragmatismo, el tiempo que le resta en apoyar con decisión un nuevo proyecto para España. El lenguaje juvenil arrogante y exigente, del que ha hecho gala hasta ahora, no es el apropiado para una negociación sosegada y eficaz. Ciudadanos debe utilizar el tiempo transcurrido como un purgatorio para reflexionar y ahondar en el importante papel que a partir de la próxima legislatura pueden y deben jugar en la vida política española.

El Sanedrín que Rajoy ha convocado mañana para adoptar formalmente una postura ante las primeras peticiones de su nuevo aliado no va a deparar sorpresas. El Partido Popular debe y está obligado a hacer todo lo humanamente posible para sacar a España de este inaudito embrollo. También para Rajoy se le acaba el tiempo. Unas terceras elecciones sin una victoria contundente, que no parece serlo, convertiría la sede de Génova en una morgue política.

Solo el arrojo y la sensatez de los buenos y patriotas socialistas, que haberlos hay, pueden coadyuvar a dar un merecido respiro a los sufridos españoles permitiendo la suma aritmética de un gobierno estable y abierto a nuevas formas de participación y debate en sus decisiones  para la buena administración de los intereses y el bien común de nuestro país.

Si por el contrario la insensatez y la obstinación de unos y otros nos obligara a unas nuevas elecciones sería para todos ellos la crónica de una muerte anunciada. Se convertirían en los pésimos discípulos de un gran maestro que como es el tiempo los ha matado.


(*) Ex Subdelegado del Gobierno de Málaga

sábado, 25 de junio de 2016

Un cambio inexplicable

Málaga (Andalucía - España), 25 de junio de 2016 / Artículo de Opinión / Jorge Hernández Mollar - Ex Subdelegado del Gobierno de Málaga.

Sr. Director

Una vez más y a escasos siete meses desde la última convocatoria, los españoles nos vemos inmersos en un nuevo proceso electoral que está reflejando la división y desorientación de una ciudadanía sorprendida y preocupada por este inesperado capítulo de nuestra vida política.

Su estado de ánimo y opinión ante los actuales aconteceres, se traduce ya en un cierto cansancio y en una imperiosa necesidad de poner a fin a esta agotadora e inédita lucha por el poder.

Para quienes de una forma u otra hemos participado desde la Constitución de 1978 en algunos de los acontecimientos más relevantes de nuestra nación, resulta verdaderamente inexplicable la quiebra o fractura a la que puede verse avocada una sociedad que, como la española, había superado todo un régimen dictatorial de casi cuarenta años, después de una transición democrática, modélica y admirada en el mundo entero.

A nuestro Ministro de Educación le oí decir en una de sus recientes y lúcidas reflexiones públicas que “España es una gran nación y no se entiende a quienes se empeñan en transmitir una visión catastrofista y negativa de ella”. Coincido plenamente con él en que frente a esta visión casi depresiva de nuestro país, lo que los ciudadanos necesitan de sus dirigentes políticos es una inyección de esperanza, optimismo y a la vez de confianza en su propio potencial e inteligencia.

No podemos ni debemos olvidar nuestra historia pero tampoco podemos recordar permanentemente sus episodios más oscuros y dramáticos. Gracias al empeño y la generosidad de los padres de la Constitución, millones de españoles se han educado y formado en la democracia y libertades proclamadas en nuestra Carta Magna.

Es por eso que hoy resulta raro, resulta extraño que haya quienes preconicen un cambio radical desde la negatividad y la inconcreción más absoluta, frente a todo el trabajo y el esfuerzo que hemos tenido que hacer desde entonces, varias generaciones para lograr el alto nivel de desarrollo y de calidad de vida del que hoy disfrutamos.

El reconocimiento y el ejercicio de nuestras libertades constitucionales se está viendo cuestionado desde el momento en que parece incomodar a la nueva izquierda progresista la libertad de expresión y de opinión contrarias a su dogmatismo ideológico. Las críticas a medios de comunicación que no consideran afines y algunas amenazas de control público en este ámbito, resultan muy alarmantes.

A millones de católicos de este país nos resulta extraño también que después de tantos años de respeto al culto y a las manifestaciones religiosas por parte incluso de quienes no se sienten como tales, se esté no solo limitando ese derecho en municipios gobernados por los socio-comunistas de nuevo cuño, sino que se está llegando a la ofensa vil y vulgar de los sentimientos religiosos con la aquiescencia y el aplauso de sus regidores.

La libertad de educación, la elección de centro y la igualdad de oportunidades que suponen los conciertos con centros privados han estado garantizadas en casi todas las comunidades autónomas de cualquier signo político a lo largo de estos años de democracia. El ejercicio de estas libertades han sido y deben continuar siendo el pilar de una sociedad culta, formada y competitiva con nuestro entorno europeo.

Atentar contra ellas, como ya se advierte en algunos gobiernos autonómicos y municipios de la izquierda española, resulta un extraño proceder que solo depara incertidumbre y preocupación en millones de familias que tienen el legítimo derecho a escoger el modelo de educación para sus hijos sin ningún tipo de coacción o imposición desde el Estado.

Negar la universalidad de la sanidad y la protección de nuestros derechos sociales que hoy se reconocen a españoles, residentes extranjeros e inmigrantes en unos niveles impensables no solo en Europa sino en el mundo entero, no es que resulte raro es que es faltar abiertamente a la verdad, tratando de manipular al ciudadano con una demagogia populista que se estrella abiertamente con la realidad.

Los vergonzosos, lamentables y condenables casos de corrupción que nos han agobiado en estos últimos tiempos; la crisis económica y laboral que aún padecemos y los propios errores que haya podido cometer el gobierno después de estos difíciles cuatro años de esfuerzo y sacrificio no pueden justificar el giro copernicano que los candidatos-aspirantes anuncian con machacona insistencia en relación con unas políticas exigidas y necesarias para afrontar la casi quebrada situación financiera del Estado con la que se encontró el actual gobierno del partido popular.

Por otra parte en las cansinas comparecencias mediáticas de los candidatos opositores no se concretan el contenido de los cambios, no se reconoce el mínimo acierto del Gobierno y no se advierte el clima de serenidad, consenso y respeto que hasta ahora se ha venido aplicando en el debate parlamentario e institucional para afrontar los problemas de nuestra sociedad.

Coincido por ello, con el Ministro Iñigo Méndez de Vigo en que el ambiente está raro. No se entiende la crispación personal entre los candidatos y los vaivenes de cambios en sus actitudes y posiciones; no se entiende tampoco el desaliño personal e intelectual de parte de esta nueva generación política; no se entienden las consultas que conducen a la separación o desintegración territorial de los Estados de la Unión Europea en un mundo cada vez más globalizado e interactivo y no se entiende además la brutal y desenfrenada violencia en espectáculos deportivos o la desatada y cruel guerra del yihadismo contra la civilización judeo-cristiana occidental.

Este extraño y raro cambio no solo en España sino en el mundo, se enmarca perfectamente en las palabras del Papa Francisco que figuran en uno de los apartados de su Encíclica Laudato Si : “A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad”.

Málaga

viernes, 17 de junio de 2016

El Debate II

Málaga (Andalucía - España), 19 de junio de 2016 / Artículo de Opinión / Jorge Hernández Mollar - Ex Subdelegado del Gobierno de Málaga

El nueve de diciembre del pasado año, iniciaba mi artículo sobre el debate de las pasadas elecciones diciendo que ”más parecía un reality show que un debate electoral..”. Tengo que reconocer que esta segunda versión, con la relevante novedad de la presencia del Presidente Rajoy, se ha aproximado algo más a una confrontación al uso y se ha alejado, en algunos aspectos, del lamentable espectáculo que nos ofrecieron en aquella ocasión, los tres candidatos aspirantes frente a la sorprendida Soraya Sáez de Santamaría.

Siendo entonces y ahora el objetivo idéntico, cómo es desalojar al Presidente Rajoy de la Moncloa, lo cierto es que el tono, las posiciones y hasta la gesticulación estaba mucho más estudiada y calculada para arrinconar e impactar a los diversos adversarios y parejas que se han fraguado después de estos largos meses de tediosas conversaciones, aburridas comparecencias mediáticas e inútiles pactos de imposible ejecución.

Pablo Iglesias, vaquero y blanca camisa cuidadosamente arremangada, se revestía de un álito casi papal al mismo tiempo que utilizaba un verbo dúctil y bondadoso para intentar demostrar inútilmente que su reconversión a la socialdemocracia era tan real como su abrazo con el histórico Anguita que le envolvió, ¡por fin!, en la cópula más ardiente con el viejo comunismo leninista.

Una y otra vez pedía, con machacona insistencia, la mano de su ansiada pareja, Pedro Sánchez, que a su vez la rechazaba, con una forzada sonrisa y con una atravesada mirada , vivo reflejo de un frustrado emparejamiento que, a buen seguro, tendrá imprevisibles consecuencias no solo para  su futuro político sino también para el partido que hasta ahora representa.

El joven Albert Rivera, traje y camisa descorbatada, blandía su virginal verbo y casto pensamiento contra la nueva izquierda social/comunista/republicana de Iglesias y el abducido Garzón, con el fin predeterminado de salvar del naufragio a su socio y fiel escudero Sánchez.

Al mismo tiempo pretendía lavar su cara ciudadana ante unos votantes que, para su sorpresa, emigraron mayoritariamente hacia su formación, desde la decepción o malestar que pudieron sufrir ante la dureza de ciertas medidas económicas o sociales amén de los errores cometidos después de cuatro años de difícil gobierno del partido en el que siempre habían confiado.

Pero no satisfecho con esto arremetió con inusitada dureza contra el candidato más sólido por su trayectoria política y su experiencia de gobierno como era y sigue siendo Mariano Rajoy. 

Sería absurdo no reconocer que la corrupción le incomoda especialmente, por los casos que desgraciadamente afectan a personas que han sido muy cercanas a su devenir político en el partido y en el gobierno.

Sin deslegitimar la utilización de la corrupción en un debate de estas características cuando se pretende desgastar a un adversario  político, lo que no parece coherente ni normal ni justo  es al mismo tiempo, silenciar los flagrantes casos  de peor naturaleza que se han producido  en una  importante región española como es Andalucía y precisamente en el seno del partido y del gobierno con quien se ha asociado y mantiene en el poder.

El sospechoso y perturbador silencio que mantuvo durante todo el debate con el candidato Sánchez no puede ser más que la respuesta a una consolidada alianza con quien una y otra vez repite sin ambages que nunca sostendrá al partido popular en el gobierno de la nación y esto tendrá que hacer reflexionar seriamente al electorado que trasladó sus votos a quien ha formalizado ya un compromiso con un partido en abierta crisis de identidad como  es hoy  el partido socialista.

El aspirante Pedro Sánchez, envuelto en su eterna corbata roja, era la imagen viva de una triste figura quijotesca que junto con un más joven y escueto escudero que lo era Sancho, buscaba sin cesar los molinos de viento a quien atizarle. Perdido en el desierto de sus ideas solo encuentra refugio  en quien persiste en acompañarle en el casi seguro funeral de su despedida.

Finalmente el presidente Rajoy, correctamente trajeado como es habitual en él y acompañado de su bagaje de datos, resultados y sabiduría gallega se sintió cómodo y hasta profesoral en gran parte del único acto teatral de estas elecciones. Se sorprendía de la vaciedad de las propuestas en materia económica, de empleo, de educación y de política exterior de sus contrincantes y ahí no tuvo que esforzarse en ningún momento, fue un claro ganador.

Sin embargo los minutos más enervantes y menos deseados giraron alrededor de la corrupción. Es evidente que no se siente cómodo, la rehúye y es también entendible que renuncie al contraataque aunque haya razones y materia más que suficiente y probada para emprenderlo.

Estoy convencido de que será un motivo de reflexión más, desde la sensatez y la lógica gallega que le caracteriza, para recapacitar y adoptar la posición personal y política más conveniente a fin de garantizar la gobernabilidad de una España que no puede ni debe sumirse en una revolucionaria aventura, propiciada por quienes solo sueñan en asaltar material e ideológicamente los centros de poder, para regresar a un pasado del que afortunadamente sólo se recuerda el odio y el resentimiento cuando no la violencia y hasta los trágicos enfrentamientos.

Por el contrario lo que la mayoría de españoles deseamos es seguir entonando un canto a la libertad sin ira después del 26 de junio. No hay rincón de España que no merezca el máximo esfuerzo y sacrificio para conseguirlo.